III DOMINGO DE ADVIENTO
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
Comentario de Pablo Díez
(Is 35,1-6a.10; Sal 145,7.8-9a.9bc-10; Sant 5,7-10; Mt 11,2-11)
Fundándose en Is 35, 6ss, el judaísmo abrigó la esperanza de que en la era mesiánica desaparecerían las enfermedades y el mal en general, erradicados por Dios, el médico de Israel. La renovación afecta a las debilidades del cuerpo mutilado (ciegos, sordos, cojos, mudos), a la debilidad de la naturaleza yerma (desierto, páramo, estepa). El salmo 145 presenta esta esperanza como una exhortación a la confianza. Se puede confiar en Dios porque él tiene recursos para todos los casos, porque tenerlo por protector constituye la auténtica dicha y bienaventuranza.
En tanto que los discípulos de Juan preguntan por la persona de Jesús, éste les contesta señalando, en la línea del texto de Isaías, el tiempo presente de salvación que ellos pueden presenciar (Mt 11,4-5). Mateo plantea que después del anuncio programático y de los milagros del Mesías, Israel tiene que dar una respuesta a la identidad de Jesús. Lo importante no es adquirir un saber objetivo sobre la persona de Jesús, sino no recusar las experiencias de salvación a las que nos invita. Ninguna respuesta cristológica abstracta puede sustituir este dejarse implicar en la historia de Cristo. Las experiencias salvíficas puestas en marcha por la actuación de Jesús levantan unas expectativas y obligan a optar a favor o en contra de él.
Los discípulos, el nuevo pueblo de Dios, están llamados a emprender y recorrer este camino de conocimiento, de confiarse a las obras de Cristo. Santiago apela a la paciencia en este itinerario para reconocer los beneficios de Dios, presentados en la imagen veterotestamentaria de la lluvia temprana y tardía (Cf Dt 11,14). Todo este proceso debe llevar al discípulo a comprender que, si bien el reinado pleno del Mesías se inaugura con la resurrección, su acción benéfica empieza a desarrollarse y manifestarse aquí y ahora.
