II domingo del tiempo ordinario
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: ¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
Comentario de Pablo Díez
La clave de lectura de los textos es el conocimiento del Señor. Se parte de una situación de desconocimiento en la que Samuel, aunque lleva años en el santuario sirviendo al Señor, durmiendo en el templo y en contacto con el sumo sacerdote, no lo conoce porque no ha tenido un contacto personal con él, no se le ha revelado su palabra. El conocimiento no depende de las circunstancias, pues éstas son adversas: Dios parece lejano raramente se comunica por palabras o por visiones; Elí es un anciano casi ciego ¿Qué se puede esperar de una situación dominada por un niño, un viejo y un Dios que se retrae? Incluso la noche, símbolo de oscuridad, complica aún más el escenario.
Sin embargo, en medio de esa noche, mientras Elí y Samuel duermen, Dios sigue tenuemente presente en la lámpara no apagada del santuario. En el pasaje de Juan también hay desconocimiento por parte de los discípulos en el tratamiento (rabí) y en la pregunta (¿dónde vives?) que no hacen justicia a la identidad de Jesús (Hijo) ni al ámbito al que pertenece (divino). En ambos casos se manifiesta la predilección de Dios por lo débil, en lugar de dirigirse al sacerdote o al Bautista que pueden identificarlo desde el primer momento, se dirige a un niño que sólo demuestra tener un sueño muy ligero y una paciencia sin límites, y a dos discípulos que no saben lo que buscan (Jn 1,38).
En las dos situaciones se da una respuesta adecuada a la llamada de Dios mediante la escucha u obediencia (1Sam 3,10) y el seguimiento (Jn 1,37). El creyente puede hacer suyos estos dos modelos a través de la disponibilidad total expresada en la antífona del salmo (Sal 39,8), lo que le llevará a tomar conciencia de ser morada y posesión de Dios (1Cor 6,19-20).
