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II domingo de Cuaresma

 

En aquel tiempo, Jesús  se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no  puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

-Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

-Este es mi Hijo amado; escuchadlo.

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

-No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

Hoy las lecturas nos encaminan hacia los montes Moria, Tabor y Calvario. En las alturas el creyente se encara con Dios. En Génesis 22, Abrahán tiene que purificar su fe y desprenderse de Isaac. El padre de los creyentes debe optar por el Dios de las promesas y no engolosinarse con las promesas de Dios.

Comparando con Abraham, la segunda lectura recalca la decisión inaudita que Dios ha tomado con Jesús. Isaac no muere, Jesucristo sí. El Padre no ha escatimado a su propio Hijo, sino que lo ha entregado por nosotros. ¿Quién nos separará de semejante amor?

 

Entre los dos montes del sacrificio, Moria y Calvario, la Cuaresma nos lleva al Tabor, el monte de la transfiguración. En el Tabor divisamos un rayo de esperanza en la vía de la cruz. Jesús está ya caminando hacia Jerusalén y decide preparar a sus íntimos, Pedro, Santiago y Juan. Volverán a estar juntos en Getsemaní, donde sucumbirán a la tentación.

En el Tabor Jesús se transfigura delante de ellos. Moisés, garante de la Ley, y Elías, profeta de profetas, atestiguan que Jesús es el Mesías esperado. La voz divina revela que Jesús es el Hijo amado. Si en el Sinaí, Dios dijo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué del país de Egipto… No tendrás otros dioses fuera de mí…” (Ex 20,1-3), en el Tabor Dios dice: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”.

 

Del Yo de Dios se pasa al Tú de Jesús, Dios se revela ahora en su Hijo; y el decálogo se resume en un solo mandamiento: escuchad al Maestro. El creyente sabe ya que aquel a quien acompaña a Jerusalén es el Hijo de Dios. ¡Escuchémosle!

 

 


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