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II DOMINGO DE ADVIENTO

 

En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

"Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: 'Tenemos por padre a Abraham'. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible".

 

Comentario de Antonio J. Guerra

Gn 3,9-15.20; Sal 97; Rm 15,4-9; Lc 1,26-38

 

La solemnidad de la Inmaculada Concepción comunica una gran alegría interior en el creyente, ya que su contemplación nos recuerda lo que Dios nos tiene preparado. Contemplamos el alcance de la victoria de Cristo sobre el pecado en la imagen bendita de la Virgen.

La primera lectura nos sitúa en el origen del pecado y las consecuencias del mismo, aunque ya en el relato del Génesis aparece la promesa de la salvación: Dios establece una hostilidad perpetua entre la serpiente, símbolo del mal, y la estirpe de la mujer. La promesa está en que el mal sólo puede herir el talón, mientras que el linaje aplastará la cabeza de la serpiente, símbolo de la victoria final de Cristo sobre el pecado. Este hecho provoca un canto agradecido al Dios que obra maravillas porque su acción salvadora se expresa en la concepción sin pecado de María (Salmo), salvación que es ofrecida en Cristo a todos sin excepción (2ª lectura).

El Evangelio nos presenta la primera noticia que sabemos de María. Dios en su plan de salvación, elige a María para que colabore activamente. De ella se nos dice que es una muchacha humilde, sin embargo, el ángel reconoce en ella algo especial: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. La expresión “llena de gracia” corresponde en griego a un participio que podría traducirse como “colmada de gracia”, acentuando así que la iniciativa parte de Dios. Esta plenitud de gracia es la preparación de un don del Señor todavía más grande: María se convertirá en la madre del Hijo del Altísimo, el que traerá el Reino de Dios, el Salvador del mundo. Ante tal misión, María expresa su total disponibilidad, manifestando así su humildad y su generosidad sin par. Una generosidad doble, pues se entrega a Dios para colaborar y, a su vez, entrega a su hijo para nuestra salvación. El Sí de María confirma que estaba “colmada de gracia”, que Dios estaba con ella. El Espíritu de Dios la transforma, el mismo Espíritu que estuvo en la Creación se cierne sobre ella y la convierte en la nueva Eva, madre de la nueva creación, madre del hombre nuevo, madre de Jesucristo el Señor. ¡Cantemos al Señor porque ha hecho maravillas! El Sí de María alimenta la esperanza de que un día seremos totalmente de Dios como lo fue la madre de Nuestro Señor.


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