I Domingo de Cuaresma
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
—Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.
Comentario de Miguel Ángel Garzón
Las lecturas de este primer domingo de Cuaresma presentan la obra de la salvación de Dios, llevada a cabo por Jesucristo con la fuerza del Espíritu. El evangelio nos remonta al inicio de la vida pública del Señor Jesús. Después de su bautismo, el Espíritu lo conduce al desierto. Allí es tentado por Satanás, como preludio de la lucha que sostendrá con el mal durante su vida. A continuación parte para Galilea para comenzar su misión.
Su primera predicación contiene un doble mensaje. Por un lado, afirma la realidad que está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca”. El momento señalado por los profetas para la llegada de la salvación de Dios y el inicio de su Reinado está aquí. Por otro, y como consecuencia, exhorta a la conversión y a creer esta Buena Noticia. Para participar del Reino de Dios, es necesario cambiar y vivir desde la orientación de vida que trae Jesús, portador y contenido de esta Buena Noticia.
El Espíritu acompaña al Señor durante su vida, hasta que culmina en su muerte y resurrección, como recuerda el apóstol Pedro (2ª lectura). Jesús murió por los pecadores pero el Espíritu que poseía le devolvió la vida. Y este mismo Espíritu lo impulsa a proclamar su mensaje de vida a todos los encarcelados por el pecado desde los días de Noé.
La primera lectura evoca este momento del libro del Génesis, cuando las aguas del diluvio dan paso a la luz del arco iris. Una vez que menguan las aguas, Dios habla a Noé y sus hijos y establece una Alianza cósmica, de paz universal. No habrá más diluvios que vuelvan a destruir la tierra. La muerte deja paso a la vida. El apóstol Pedro lo interpreta como símbolo del bautismo. En las aguas bautismales el creyente ha ahogado su condición pecadora participando de la muerte y resurrección del Señor Jesús.
Él ha vencido al pecado y a la muerte para siempre y ha establecido la plenitud de la Nueva y Eterna Alianza.
