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I DOMINGO DE CUARESMA

 

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".
Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".
Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

 

Comentario  de Pablo Díez

(Gn 2,7-9;3,1-7; Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17; Rom 5,12-19; Mt 4,1-11)

 

El relato del Génesis plantea una cuestión clave. Se trata nada menos que de la adquisición del conocimiento del bien y del mal, es decir, de la sabiduría. La pregunta es insoslayable: esta sabiduría ¿viene de Dios o está al alcance del hombre?  Para responderla es preciso atender a la visión del hombre y su relación con Dios que nos ofrece el texto. Tiene un triple vínculo con la tierra: origen (formado a partir de ella), naturaleza (la trabaja y vive de ella), destino (a ella volverá). Pero también tiene un vínculo de origen con Dios: es el hálito divino el que le confiere la vida. No obstante, en este estadio no es más que un ser natural, equiparable en su origen a los animales que también deben su vida al aliento divino (Sal 104,29-20).

 

El proceso de humanización se completa a través de la adquisición de la responsabilidad, que lleva a un conocimiento progresivo, que no es sólo un saber moral, sino a la vez práctico, que confiere la experiencia y el discernimiento requeridos para comportarse éticamente como un adulto. Es ésta la cualidad sapiencial básica del ser humano que lo acerca a Dios. Dado que la sabiduría es un atributo esencial de Dios, el único camino cierto para obtenerla es a través de él, pidiéndola en la oración y recibiéndola como don (1Re 3,8-12). Pero, en este itinerario del hombre acecha la tentación de pensar que su vida en plenitud pasa por la negación de Dios, por sacudirse su tutela, por ocupar su puesto.

 

El tentador, la serpiente, no está divinizado, es un animal un ser creado. Esta concepción judía se aprecia también en el relato mateano de las tentaciones, donde el diablo no es el contrincante paritario de Dios, pero tiene entidad propia de manera que el mal no radica en el libre albedrío del hombre, en su otra voz interior, sino que puede ejercer un domino externo sobre sobre él. Su estrategia consiste en arrastrar al ser humano fuera de su relación con el Dios creador, del contexto de la fe, conviertiendo a Dios en algo ajeno a la vida del hombre, en un mero objeto de debate que puede ser modelado y manipulado. El hombre queda vinculado sólo a su relación con lo terreno (1Cor 15,45), ahí pone sus aspiraciones (vanidad, codicia, intemperancia). En un hábil juego de palabras, el consejo de la serpiente, sabio (arum), lleva a la pareja a verse desnudos (arummim), frágiles, y por tanto en peligro. La ruptura entre Dios y los seres humanos, y por ende, entre ellos mismos, introduce el miedo y la desconfianza en el corazón del hombre, elementos vehiculares del pecado.

 

Pero la situación no es irreversible. Tal como el Apóstol pone de relieve, hay un Nuevo Adán capaz de resistir al tentador, de invertir el proceso. Al contrario que Adán, el Hijo de Dios vive ejemplarmente de la Palabra de Dios (Mt 4,4) y sólo obedece a Dios (Mt 4,10), con lo que elimina universalmente el pecado y la muerte como efecto global de la desobediencia de Adán (Rom 5,16). Finalmente, son las palabras del salmista, las que nos enseñan que reconocer el propio pecado e impetrar la misericordia divina (Sal 50,3-4) es el cauce que nos permite beneficiarnos del caudal de la gracia que nos ha traído Cristo.

 

 

 


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