Homilía en las exequias de la duquesa de Alba

Homilía en las exequias de la duquesa de Alba

1. Muchas veces había oído hablar de ti, Señor, pero hasta que no me han arrancado la piel a tiras no he podido verte cara a cara, así se cuenta en el  libro de Job. La muerte es el último doblón que hay que pagar por el rescate de nuestra vida atrapada por el pecado y la debilidad de lo humano, y así poder disfrutar de la eterna y feliz libertad de la gloria de Dios.

2. Ha muerto la duquesa de alba en avanzada edad. Pero la “vejez venerable -dice el libro de la Sabiduría- no son los muchos días, ni se mide por el número de años… Sino por una vida llena de nobleza y de bondad”

¡Es que no somos eternos! Pero era nuestra madre, dicen sus hijos. Es que tenía muchos años, sí pero nuestra madre. Es que estaba aquejada de enfermedades y achaques, si pero era nuestra madre… El amor no tiene medida, ni sabe de circunstancias, ni de momentos. El tiempo pasa, pero el amor permanece. Por eso, no busquéis los restos de su memoria en ninguna parte del mundo, porque ella quiere permanecer siempre viva en el corazón  de las personas que la han conocido y que tanto la han querido.

3. La gran lección de la muerte es siempre la vida, porque muerte es el orgullo que distancia y le pone a uno en un pedestal que distancia del amor a los demás; muerte es el odio que esclaviza el corazón y le hace consumirse en deseos de venganza; muerte es la envidia que hace rechinar los dientes y crujir las entrañas ante el bienestar de los otros y así, en lugar de disfrutar con lo que se tiene, se vive amargado por la felicidad de los demás; muerte es la injusticia que no reconoce el derecho, especialmente de los más débiles, a vivir con dignidad.

La vida, en cambio, es humildad y la sencillez, la vida es bondad y  misericordia; la vida es respeto a los demás y reconocimiento de sus derechos.

4. Nuestra muy estimada Cayetana, Duquesa de Alba, fue mujer de profundas convicciones cristianas, vividas en el marco de una religiosidad marcada por la cultura más propia de la tierra que tanto quería: creyente  convencida en los misterios de Dios y de su hijo Jesucristo; amor a la familia y a las tradiciones de su pueblo, profundos sentimientos de caridad que se expresan en la ayuda a los más desfavorecidos.

Noble por herencia y noble de corazón, noble en la generosidad y en la manera de ayudar: no se puede presumir a costa del necesitado; a los pobres se les sirve y se les tiende la mano para que puedan salir de su pobreza y de su marginación.

5. La gente piensa que has muerto, estimada Duquesa, que tu tránsito de este mundo ha sido como una desgracia, pero las gentes no sabe que tú vives en paz. Que has realizado el tránsito pascual de nuestro Señor Jesucristo: llevado la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. El que cree en mí, dice el Señor, vivirá para siempre.

Que no tiemble tu corazón, que en la casa de Dios hay muchas moradas y Jesucristo nos ha prometido que donde esté él quiere que también estén sus hijos y sus hermanos.

6. Aquella mujer, Mónica, estaba inconsolable y llorando amargamente a causa del mal camino por el que andaba su hijo. El obispo le dice: no te preocupes mujer, que no se puede perder un hijo que tantas lágrimas ha costado a su madre.

Por todos nosotros, y junto a la cruz de su hijo, Señor de la Salud, ha llorado y sentido angustias su madre bendita, la santísima virgen María. Nunca puede perderse un hijo que tantas lágrimas ha costado a la mismísima madre de Dios.

7. Con la muerte parece que se rompe la vida, pero ese desgarrón -han tenido que quitarme la piel a tiras- es para seguir viviendo un amor inmarcesible. Jesucristo, antes de morir, tomó el pan que estaba en la mesa y lo bendice, y la parte, y lo distribuye entre sus discípulos. El que coma de este pan de la eucaristía vivirá para siempre.

Así se lo pedimos al Señor por nuestra hermana difunta que ha pagado, con su muerte, el último doblón para conseguir la feliz libertad de una vida viendo cáscara a Dios.

Amén

 


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