Homilía en la celebración de la Fiesta de San Sebastián (20-01-2024)

Homilía en la celebración de la Fiesta de San Sebastián (20-01-2024)

Parroquia de San Sebastián de Sevilla

Lecturas: II Macabeos 7, 1. 20-23; Sal 30, 3c-4. 6.7b-8a. 16b-1727b-29; I Pe 3, 14-17; Mt 10, 28-33

Un año más celebramos nuestra Fiesta Patronal haciendo memoria de san Sebastián, mártir. Un cordial saludo al sr. Párroco, a los presbíteros concelebrantes, al diácono; al Consejo Pastoral y los responsables de los distintos ámbitos de la comunidad; a la Hermandad de la Paz. Un saludo a todos los fieles y el deseo de una feliz fiesta patronal.

En la vida de nuestro santo patrón tiene cumplimiento lo que escuchábamos en la Liturgia de la Palabra. La primera lectura, del libro de los Macabeos y el Evangelio nos invitaban a la confianza en Dios, a no tener miedo ya reconocer a Jesucristo ante los hombres, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza”, según nos enseña san Pedro, porque nada nos podrá separar de su amor. Éstas son las actitudes del mártir, que confiesa a Cristo, que vive su compromiso de fe que vive el seguimiento del Maestro hasta dar la vida, como prueba del amor más grande.

En la vida y el martirio de san Sebastián resalta la confianza en Dios, la constancia en el cumplimiento del deber, el testimonio de Jesucristo. Es lo que también estamos llamados a hacer nosotros anunciando el Reino de Dios y proclamando su salvación, que transforma la vida personal y la historia de la humanidad. El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta a los discípulos como los testigos de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. Es lo que significa la palabra Apóstol: llamado por Jesús, testigo de su vida y misterio pascual y enviado a dar testimonio de lo que ha experimentado.

Se trata de un testimonio valiente y decidido, porque la fuerza del Evangelio no puede detenerse y la verdad siempre sale a plena luz. Testimonio sin miedo porque ni las persecuciones, ni las prisiones, ni ninguna dificultad es capaz de separarnos del amor de Dios; porque si Dios cuida de las plantas y los pájaros, más velará por sus hijos. Confianza en la providencia que da serenidad y paz interior.

Ésta es una característica esencial en la misión evangelizadora que nos ayuda a comprender la misión de la Iglesia y de cada cristiano: hablar con coraje, con libertad y sin temor, con valentía y sin ambigüedades. Esta actitud tiene una particular importancia en la actualidad porque debemos expresarnos con valor y libertad de espíritu, en una entrega generosa al servicio de la verdad y el bien, sin buscar ni el propio interés ni el prestigio personal. En esta confesión de Jesucristo, no será de extrañar que puedan darse ocasiones de persecución, que seguramente no llegarán al martirio físico, sino más bien al poder ser ridiculizados o menospreciados socialmente. Pero esta persecución será signo de autenticidad, porque avanzamos contracorriente, porque somos signos de contradicción, como el Señor.

Más concretamente, ¿qué significa este martirio, este testimonio para nosotros, en pleno siglo XXI; ¿cómo vivirlo en el momento presente? ¿Esta dimensión martirial, testimonial, cómo la podemos vivir en nuestra circunstancia concreta? Difícilmente nos encontraremos en la situación de dar vida en el sentido físico y material. Ahora bien, debemos vivir a lo largo de toda nuestra existencia la dimensión martirial cristiana a través del testimonio de vida y de la palabra.

Hoy en día, anunciar el Evangelio no es tarea fácil, porque no se trata de pronunciar un comunicado, ni de transmitir fríamente unas ideas, o el relato de unos acontecimientos que no afectan a la propia vida ni la comprometen. Anunciar el Evangelio es proclamar la salvación de Dios, que acaba transformando la vida personal y la historia de la humanidad. Una proclamación en la que el testimonio de vida tiene una importancia primordial, siendo responsabilidad de todo bautizado. Permitidme subrayar unas líneas de fuerza.

En primer lugar, en medio de una sociedad secularizada y relativista, debemos ser hombres y mujeres de profunda espiritualidad. Con una vida de oración intensa, que se alimenta fundamentalmente de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, fuente y cima de su vida cristiana y de la vida de la Iglesia. Una vida cristiana que arranca de un encuentro con Cristo que da un nuevo horizonte a la vida. En nuestra espiritualidad debe ocupar un lugar preferente María, Madre de Dios y madre nuestra. Por otra parte, también debemos seguir el ejemplo de nuestros santos patrones. Una espiritualidad vivida desde la pertenencia y el amor a la Iglesia.

En segundo lugar, ser solidarios con el sufrimiento humano. Vivir hoy nuestra dimensión martirial significa no vivir pasivamente la fe, sino proyectarla a través de una acción eficaz. La acción caritativa y social de la Iglesia no es una simple organización para subsanar las carencias de los servicios de las administraciones. Se trata de hacer presente el amor de Dios, de la experiencia del amor de Dios que produce una nueva forma de vivir como personas y como cristianos, una generosidad que nace del encuentro con Cristo, que mueve a ayudar a los demás. Este ejercicio de amor será nuestro mayor signo de credibilidad.

Por último, es de gran importancia que valoremos nuestras raíces cristianas, nuestras tradiciones, que revitalicemos estas raíces y transmitamos este tesoro de fe a las generaciones que vendrán. La historia de nuestra ciudad y de nuestra tierra va unida a la fe, la vida y el trabajo de nuestros antepasados. La identidad de Sevilla sería difícil de comprender sin estas raíces cristianas desde las que ha ido madurando nuestra civilización y nuestra cultura. Sevilla ha destacado desde siempre por su desarrollo humano, por su fuerza emprendedora, por su capacidad de integración y de acogida, por su inquietud cultural y artística. Y en la actualidad trabaja al servicio de una convivencia pacífica, de una contribución solidaria en bien de los más desfavorecidos.

Nos encontramos en un momento histórico de profundas transformaciones que afectan a nuestra vida, al ritmo de una evolución cultural continua y con la incertidumbre de una situación económica que no mejora al ritmo necesario. Vivamos ahora con intensidad este nuevo momento de gracia y salvación. Es el momento de vivir la centralidad en Cristo, la proyección solidaria hacia los más necesitados y la comunión eclesial. Como parroquia, como ciudad, valientes y generosos en la respuesta y el compromiso de cada uno. Que nos ayuden la intercesión de san Sebastián, nuestro patrón y de Santa María, Reina de los mártires. Que así sea.

 


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