Homilía en el Aniversario de la consagración al Sagrado Corazón de Jesús (18-06-2023)

Homilía en el Aniversario de la consagración al Sagrado Corazón de Jesús (18-06-2023)

Homilía de Monseñor  José Ángel Saiz Meneses en la Santa Misa de aniversario de la Consagración de Sevilla al Sagrado Corazón de Jesús

Catedral de Sevilla, 18 de junio de 2023

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30).

Celebramos en nuestra Santa Iglesia Catedral la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, con motivo del 125 aniversario de la consagración de Sevilla al Corazón de Cristo y del 75 aniversario de la edificación y bendición del Monumento del Sagrado Corazón de San Juan de Aznalfarache. Fue en el año 1898, cuando el beato Marcelo Spínola consagró al Sagrado Corazón de Jesús Archidiócesis de Sevilla.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús surge en Francia, en Paray Le Monial, con las apariciones de Nuestro Señor a la religiosa de la Visitación santa Margarita María Alacoque (1647-1690). Dichas revelaciones pondrán énfasis en el sentido de la reparación, que posteriormente los teólogos desarrollarán y explicarán, y, a la vez, se multiplicarán las cofradías que ayudarán a muchas personas a vivir esta espiritualidad que subraya sobre todo el amor de Cristo; en las revelaciones también se le urge para que promueva la institución de una fiesta del Sagrado Corazón.

Un siglo después, en 1765, la Santa Sede autorizó a los obispos polacos y a la archicofradía romana del Sagrado Corazón la celebración de dicha fiesta. Pero no sería hasta el año 1856 cuando el beato Pío IX estableció el culto universal de esta fiesta, extendiéndola a toda la Iglesia Católica e incrementándose de manera notable su arraigo y popularidad.

El culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús se convertiría así en la segunda parte del siglo XIX y en la primera del siglo XX en una de las características más relevantes y fecundas de la piedad de todos los miembros de la Iglesia, pastores y fieles. Si repasamos las biografías de los santos, beatos y fundadores de dicha época, y el arte y la literatura, encontraremos numerosas pruebas.

La devoción al Sagrado Corazón es devoción a la persona de Cristo mismo. El corazón representa el ser humano en su totalidad, es el centro de la persona humana, el que le da unidad. El Corazón de Cristo es el símbolo del amor de Dios revelado en Cristo y manifestado sobre todo en su pasión y muerte en la cruz. El símbolo de ese amor es el Corazón de Cristo herido por nuestros pecados. El Antiguo Testamento revela el amor de Dios, el corazón de Dios, y el Nuevo Testamento lo manifiesta en plenitud. San Juan afirma: » Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). El amor de Cristo por el Padre y por la salvación de los hombres, lo llevará a morir en la cruz. Él mismo había declarado: » Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

El sufrimiento y la muerte en cruz son una muestra de su amor por nosotros. San Pablo se maravillaba profundamente pensando en ello y llegando a afirmar que “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). El Apóstol de los gentiles experimentó ese amor en un nivel personal profundo: toda su vida transcurre en la fe en el Hijo de Dios: » vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20).

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Esa mirada de Jesús se hace presente hoy, y se extiende a nuestro mundo.

También hoy mira el Señor a tantas personas caídas al borde del camino y abandonadas, en condiciones de vida muy difíciles y desprovistas de acompañamiento y apoyo para encontrar un sentido y una meta a su existencia. Multitudes cansadas y agobiadas en los países más pobres, oprimidos en la indigencia; y también en los países más ricos, donde encontramos muchas personas insatisfechas, que no encuentran la paz y la alegría, aun teniéndolo todo materialmente.

Jesús promete que dará a alivio y descanso, pero pone una condición: tomar su yugo y aprender de él, manso y humilde de corazón. Nos podemos preguntar en qué consiste ese yugo que aligera y alivia en lugar de oprimir. El yugo de Cristo es el mandamiento del amor que ha dejado a sus discípulos. Ahí está la solución a los males de la humanidad, ahí está la curación para sus heridas materiales y morales. Un nuevo estilo de vida que se fundamenta en el amor fraterno, que tiene su fuente en el amor de Dios, y que lleva incluso a cargar con el peso de los demás con amor de hermano. Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro (cf. Benedicto XVI, Ángelus, 3 julio de 2011).

Ayer celebrábamos la memoria litúrgica del Corazón Inmaculado de María. Que la Virgen nos ayude a aprender de Jesús la humildad verdadera, a tomar con decisión su yugo ligero, para experimentar la paz interior y ser capaces de consolar a otros hermanos y hermanas que recorren con fatiga el camino de la vida; que seamos alivio para cuantos tienen necesidad de ayuda, de acompañamiento, de alegría y esperanza.

Hoy es un día de fiesta grande para toda la familia diocesana. Renovamos y actualizamos nuestra consagración al Sagrado Corazón de Jesús grabando en nuestro corazón y en nuestro entendimiento su teología y espiritualidad, bellamente recogidas en el prefacio de la Misa: “El cual, con amor admirable, se entregó por nosotros y, elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia, para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber siempre con gozo de las fuentes de la salvación”. Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla


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