Homilía de monseñor Saiz Meneses en la Misa del Gallo (24-12-2023)

Homilía de monseñor Saiz Meneses en la Misa del Gallo (24-12-2023)

Catedral de Sevilla, 24 de diciembre de 2023

Lecturas: Is. 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 11-3.11-13; Tit. 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

«Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tit 2, 11).

Queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos, hermanas y hermanos que participáis en esta celebración; también los que participáis a través del canal youtube de la Catedral. La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo a Tito, comienza solemnemente con la expresión “se ha manifestado”. Esta es una palabra que nos ayuda a entender la esencia de la Navidad, nos explica qué es lo que celebramos. Desde antiguo, los hombres habían hablado de Dios de muchas maneras y habían creado representaciones de Dios. Dios mismo había salido al encuentro del hombre, se había revelado de diferentes modos a los hombres. Pero ahora ha sucedido algo radicalmente nuevo, porque se ha encarnado y ha nacido, ha venido a habitar entre nosotros, y esta es la gran alegría de la Navidad.

El profeta Isaías nos ha detallado el modo, la pedagogía de Dios para llevar a cabo la obra de la salvación: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). Dios poderoso se ha hecho un niño, en toda su pequeñez y debilidad; un niño que será Padre perpetuo; un niño que traerá una paz sin límites.

Dios ha salido al encuentro del género humano, se ha manifestado. Lo ha hecho como niño, apartándose de toda imagen de poder y opresión, trayendo un mensaje de paz y convivencia. Nuestro mundo sangra por la herida de las guerras, el terrorismo, los bombardeos, los atentados, los tiroteos masivos; y también por la violencia en los matrimonios y en las familias, en las relaciones; por el maltrato infantil, por el acoso escolar, por el abuso de poder, por todo tipo de violencia. Desde la Segunda Guerra Mundial del siglo pasado, el número absoluto de muertes en las guerras ha venido disminuyendo. Sin embargo, los conflictos y la violencia van en aumento. Nos duelen todas las guerras, y en estos momentos, en particular, nos duele el conflicto que tiene lugar en Israel y Palestina.

«Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14).

En esta noche elevamos a Dios nuestra oración: Señor, Dios poderoso, que has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá; Príncipe de la paz que nos enseñas a ser constructores de paz. Sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Ayúdanos, Señor, demuestra tu poder, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.

Celebramos la Navidad, que es la manifestación de la gracia de Dios, de su amor inmenso, de su luz, en un niño que ha nacido para nosotros. Ha nacido en un establo, en Belén, no en los palacios de los reyes de la época. Hace 800 años, en 1223, san Francisco de Asís representó el nacimiento de Jesús; fue el primer belén, en Greccio, un pueblecito de Italia. Fue un belén viviente, y desde allí se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. San Francisco llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas», y la celebraba con un fervor inefable. Él inició la costumbre tan hermosa de montar en las casas y en otros lugares los tradicionales belenes. Él nos ayuda a descubrir la humanidad de Jesús con una profundidad nueva. El contemplar al Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del santo de Asís.

Contemplemos este misterio tan profundo de fe y amor. El Dios eterno entra en el tiempo, el poderoso se hace debilidad, el infinito se hace un recién nacido, que nace en la pobreza de un establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, de José y María. Corremos el riesgo de que la Navidad se vaya convirtiendo en una fiesta de los comercios y las grandes superficies, de las calles y plazas iluminadas cuyas luces deslumbrantes vayan eclipsando el misterio de la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Pidamos al Señor que nos ayude a saber ir más allá, para disfrutar de los bienes materiales, de los encuentros familiares, de todas las cosas buenas que hay en nuestra vida, pero no quedarnos en la superficie, a ras de tierra, sino trascender con la mirada y contemplar el misterio que nos trae el Niño-Dios, en el establo de Belén, para experimentar su amor en lo profundo del corazón, para dejarnos iluminar por su luz, para descubrir la verdadera alegría.

El pasado 11 de julio, 180 peregrinos de Sevilla entrábamos en la iglesia de la Natividad, en Belén, venerábamos el lugar santo de la gruta del Nacimiento, y también el lugar donde estuvo reclinado después de nacer, y después celebrábamos la Santa Misa en la iglesia de Santa Catalina, junto a la Basílica. Para entrar en la Basílica tuvimos que inclinarnos, porque el portal, que en un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, en un momento dado fue tapiado en buena medida. Actualmente hay una abertura de un metro y medio aproximadamente. Seguramente se tomó esa decisión para proteger mejor la iglesia de eventuales asaltos, y, sobre todo, para evitar que se entrara a caballo en el lugar sagrado. Lo cierto es que, a partir de entonces, quien desea entrar en la Basílica en cuyo interior se halla el lugar del nacimiento de Jesús, por fuerza tiene que inclinarse.

Pues bien, hermanos, en esta Noche santa es preciso que nos inclinemos ante el Señor. Lo recibiremos en la Eucaristía, como alimento de nuestra vida de peregrinos; lo hemos recibido en la proclamación de su Palabra, luz que ilumina nuestros pasos; lo adoraremos al final de la celebración, inclinándonos ante la imagen del Niño. Si queremos de verdad vivir el encuentro transformador con el Niño-Dios, que ha venido a salvarnos; si queremos que renueve nuestra vida y nuestro corazón, hemos de seguir la pedagogía que Dios ha utilizado, entrando por el camino de la humildad y la sencillez, por el camino de inclinarnos ante Él. Es el camino de la humildad, que a menudo nos ayuda a descubrir con el corazón lo que a nuestro entendimiento le cuesta distinguir.

Pidamos al Señor la sencillez y la humildad de corazón. Recordemos a tantos hermanos nuestros que tienen que vivir la Navidad solos en casa, lejos de sus familias, en los hospitales, en los centros penitenciarios, en situación de guerra, en la pobreza, en el dolor, en la calle, para que aparezca ante ellos un rayo de la luz de Jesús, de la bondad de Dios; para que el amor de Dios les infunda la fuerza y el consuelo en medio de su sufrimiento, y a nosotros nos ayude a descubrir en ellos el rostro de Jesús, y a abrir de par en par el corazón a la solidaridad. ¡Santa y Feliz Navidad!

 


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