Homilía de monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Vigilia de la Inmaculada (07-12-2023)

Homilía de monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Vigilia de la Inmaculada (07-12-2023)

En la Catedral de Sevilla, el 7 de diciembre de 2023

Un año más nos encontramos aquí con nuestra Madre del cielo, como familia, como juventud de la Archidiócesis de Sevilla. Todavía están vivos los recuerdos de la reciente Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa. Allí constatamos que los jóvenes son miembros vivos y activos de la Iglesia, son su presente y no solo su futuro. Por eso era importante conocer su situación interior, su percepción de la realidad, sus fortalezas y debilidades, sus miedos y esperanzas. Recordáis el Via Crucis, en el que repasamos las heridas de su corazón.

El futuro preocupa a muchos: ¿encontraré un puesto de trabajo, una vivienda?, ¿llegaré a encontrar un amor para siempre y a formar una familia?, ¿qué futuro me espera? También la soledad, porque muchos jóvenes se sienten solos, incluso cuando están rodeados de gente. Las ansiedades y depresiones, los problemas de identidad, la pérdida del sentido de la vida, hasta el punto de preguntarse si merece la pena vivir. También los hay que están atrapados en diferentes adicciones, en las drogas, la pornografía, o el alcohol, y que vuelven a caer cada vez que intentan levantarse, y terminan refugiándose en sus pantallas, lo que en realidad sólo empeora su situación. Muchos jóvenes viven con un enorme vacío existencial, y no encuentran sentido a su vida.

Por último, la tiranía de la apariencia, de la imagen, que se ha transformado en una tiranía de la apariencia que está imponiendo criterios y actitudes contrarias a toda lógica y que, en muchos casos, al no conseguir una presencia física socialmente aceptada para evitar toda posible discriminación, acaba llevando al sufrimiento y la frustración. Por otra parte, selfies y más selfies. La dictadura del cuerpo correcto y la sonrisa perfecta. Fotos y videos de sí mismos en las redes sociales, en poses cuidadosamente estudiadas y coreografías que repiten de forma acrítica bailes y trends que otros imponen.

También reflexionamos sobre las heridas del mundo actual: ¡cuántas heridas, cuánto dolor! Las guerras, el terrorismo, los bombardeos, atentados, tiroteos masivos; y también la violencia en los matrimonios y en las familias, en las relaciones, el maltrato infantil, el acoso escolar, el abuso de poder, todo tipo de violencia. Las exclusiones, la intolerancia y la discriminación. En muchos lugares hay minorías que no tienen derecho a hablar, ni siquiera a existir. En muchos países hay personas que no pueden practicar su religión ni expresar libremente sus ideas, porque hay grupos que quieren imponer su manera de ver, y expulsan a quien piense diferente. La discriminación por motivos de raza, sexo, idioma o religión.

Tienen lugar situaciones inhumanas de las que muchas personas tratan desesperadamente de huir. Situaciones de guerra, de pobreza, de hambre, de falta de agua, de persecución política. Su casa ya no es un espacio seguro, sino el lugar probable de su muerte. Intentan encontrar refugio en algún otro lugar del mundo, al que algún día puedan llamar “hogar”. También el individualismo exacerbado de nuestro mundo, que lleva a pensar y obrar prescindiendo por completo de los demás.

Vivimos en una sociedad en la que a veces ya no sabemos qué es verdad y qué es mentira, ¡ni sabemos a quién creer!». Es la consecuencia de la dictadura del relativismo de la cultura dominante que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias, llegando a que impere la ley del más fuerte y a formas de vivir que dañan a los más vulnerables de la sociedad. Formas de vivir que son contrarias a la vida misma. Es lo que el papa Francisco llama “la sociedad del descarte”, y que se ceba especialmente con los pobres, los excluidos, los enfermos, los ancianos, los niños, los bebés aún por nacer. También el Papa nos alerta sobre el cambio climático y los estilos de vida desequilibrados e injustos.

Pero estamos celebrando la vigilia de la Inmaculada Concepción, en el tiempo de Adviento que ya hemos comenzado, tiempo de esperanza. Por eso, contemplamos a Cristo, el Señor, que viene a salvarnos. La solemnidad de la Inmaculada Concepción se celebra durante el tiempo de Adviento, que significa venida, advenimiento; es el advenimiento del Señor. Nos preparamos para celebrar, en la solemnidad de Navidad, su venida al mundo en la carne: la Encarnación, el Nacimiento, su paso visible por la tierra, desde Belén hasta la montaña de la Ascensión.

La presencia de María Santísima alienta nuestra esperanza cuando parece que todo ha terminado definitivamente. Ella nos habla de los finales que son comienzos, de la aparente muerte de un árbol en invierno cuando apenas se está preparando para florecer en primavera. De las tumbas que son puertas abiertas a la vida, a la resurrección. María «esperó con inefable amor de Madre». Ella es modelo de esperanza confiada en Dios, que nunca abandona y que da la fuerza para vencer las dificultades, para ser sus testigos en medio del mundo, para superar el virus del desaliento, la indolencia que paraliza, que desinfla, que vuelve a los evangelizadores pesimistas quejosos y desencantados, que lleva al miedo, a la tristeza, al desencanto, a perder la intensidad espiritual y apostólica. Nunca hemos de caer en el desaliento, sino esperar en toda ocasión. María nos enseña a esperar.

La vida cristiana es un camino, una peregrinación, y también una escuela de aprendizaje y de ejercitación de la esperanza. La oración, el encuentro con Dios, el diálogo con Él, la conciencia de que él siempre escucha, siempre comprende, siempre ayuda, es la primera fuente. También se nutre de la Palabra de Dios y de la participación frecuente en los sacramentos. El actuar y el sufrir son asimismo lugares de aprendizaje. Porque la esperanza cristiana es activa, transformadora del mundo, bajo la mirada amorosa de Dios. Y se nutre también del saber sufrir y del sufrir por los demás, del aceptar la realidad de la vida en lo que tiene de dificultoso.

Si algo define al corazón joven es su insatisfacción y su inconformismo. En lo profundo de su corazón busca el bien y la verdad, desea vivir en la coherencia y en la solidaridad. Los jóvenes están necesitados de Alguien que los llame por su nombre para un ideal de altura. A vosotros, jóvenes, corresponde dar testimonio de la fe, aquí y ahora, y comprometeros a llevar a los demás el Evangelio de Cristo, camino, verdad y vida, en el tercer milenio; a vosotros corresponde construir una nueva civilización que sea la civilización del amor, de la justicia y de la paz.

No son pocas ni pequeñas las dificultades, ni son pocos los motivos para que a lo largo del camino aflore el miedo, que forma parte de la existencia humana. Es posible que nos asustemos al mirar al presente y hacia el futuro ante la fuerza de los elementos adversos. Jesús nos dice, como a los apóstoles: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (Mt 14, 27). María Inmaculada, estrella y modelo de la Iglesia, está presente junto a nosotros como Madre de la esperanza. Conoce bien nuestro interior, los miedos y ansiedades, las alegrías e ilusiones, las necesidades y aspiraciones de la humanidad y de cada uno de nosotros, pequeños hijos suyos. Ella nos acompaña y nos alienta, para que seamos mensajeros de esperanza en medio del mundo. Ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Así sea.

 

 


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