Hermanos unidos también por el martirio

Hermanos unidos también por el martirio

El relato del martirio de los próximos beatos sevillanos nos depara escenas particularmente sensibles. En este capítulo de las vidas de los mártires sevillanos de la persecución religiosa en el siglo XX nos detenemos en una localidad de la Sierra Sur de Sevilla: El Saucejo. Allí entregaron sus vidas, víctimas de la sinrazón y la violencia desatada, dos hermanos: Salvador y Rafael Lobato.

El sacerdocio de Salvador Lobato (Algodonales, Cádiz, 1901) es consecuencia de una vocación temprana. A los 25 años fue ordenado presbítero, y su primer destino fue San Pedro, en Coripe, parroquia que compatibilizó con el cargo de ecónomo de San Marcos Evangelista, en El Saucejo.

Las dificultades se le presentaron desde el primer momento por la actitud desconsiderada de algún destacado representante del poder local y, ya en los años treinta, arreciaron cuando operarios municipales quitaron del exterior de los edificios religiosos azulejos con imágenes o simplemente conmemorativos en aplicación de una exagerada legislación laicista. Peor fue en La Muela donde, ante la imposibilidad de celebrar oficio religioso alguno y por las amenazas recibidas, fue dispensado de acudir. En El Saucejo le ocurrió otro tanto: el acto de la bendición de la campana nueva a comienzos de 1936 casi coincidió en el tiempo con el frustrado intento de quemar con gasolina el templo parroquial.

En los primeros días de la contienda civil se vivieron en El Saucejo unos momentos de tranquilidad. La situación cambió al amanecer del 23 de julio cuando la turba acudió a la casa rectoral, exigiendo al párroco la entrega de la llave del templo para, acto seguido, entrar en avalancha en su interior y destrozar cuanto encontraron a su paso.

El padre Lobato permaneció recluido junto a su hermano Rafael Lobato (Algonales, Cádiz, 1905) y su madre enferma. En el mes que permanecieron custodiados padecieron insultos y amenazas, hasta que, en la madrugada del 21 de agosto, con fuerzas venidas de fuera, fue asaltado el cuartel de la Guardia Civil local. Posteriormente detuvieron al cura, y también a su hermano Rafael que no quiso dejarle sólo, no sin antes de despedirse de su madre que agonizaba.

“Ten ánimo, Rafael”, “acuérdate de Dios, a quien pronto veremos”, decía el sacerdote a su hermano menor. A empujones y entre insultos, abrazados los hermanos, fueron conducidos más allá de la plaza donde, en el lugar denominado Alberquilla, fueron asesinados a las cuatro y media de la tarde.

Para ahorrar trabajo intentaron quemar sus cuerpos, pero sólo consiguieron chamuscar las ropas. En vista de ello los amontonaron en la puerta de entrada con otros cadáveres y les echaron encima unas espuertas de tierra. El 4 de septiembre posterior, al entrar las tropas nacionales, todavía se observaban partes de aquellos cuerpos. El 15 de octubre, una vez reconocidos, ambos hermanos fueron enterrados.

A pesar del tiempo transcurrido, su recuerdo sigue aún muy vivo entre quienes le conocieron.

 


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