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FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

 

Jesús dijo a Nicodemo: 


«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. 
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. 
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. 
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» 

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

La solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz altera la sucesión de lecturas del tiempo Ordinario. La liturgia de la Palabra de este domingo, por tanto, gira en torno al misterio de la cruz.

 

En el evangelio, Jesús se presenta ante Nicodemo como el que revela los secretos celestes. El Hijo del hombre ha bajado del cielo para desvelar la verdad divina. Pero, inesperadamente, esta revelación no se realiza a través de un milagro o de un gesto de poder, sino por medio de su muerte. El único que ha bajado del cielo es elevado en una cruz. En ella el creyente contempla estupefacto no solo el sufrimiento del inocente, sino también la salvación del mundo y la revelación cimera del amor de Dios. Su «elevación» física se convierta en «exaltación» gloriosa.

 

Para ilustrar estos misterios, el cuarto evangelista recurre al libro de los Números (primera lectura): como en los tiempos antiguos Israel había murmurado contra Dios en su fatigoso camino hacia la tierra prometida, había sido castigado con la mordedura de serpientes y había sido salvado mirando precisamente a una serpiente de bronce elevada sobre ellos, así en los tiempos nuevos el que mire al Hijo del hombre, elevado en cruz, será liberado del castigo y alcanzará la vida eterna. Nótese que en el libro de los Números la serpiente trae tanto el castigo como la salvación; así también la cruz es un castigo horrendo que Jesús sufre para salvar a todo el que cree en Él. Y es que dolor y amor, pecado y redención, están íntimamente unidos, pues por el bien del amado «el verdadero amor hace sufrir» (Madre Teresa).

 

En la segunda lectura se pondera el abajamiento voluntario de Cristo («se despojó de su rango», «se rebajó»). El que podría aparecer con los atributos visibles de la condición divina (gloria, poder, riqueza, honor) prefirió adoptar la condición humilde de los esclavos, hasta morir como los últimos en una cruz. Dios reconoce esta noble actitud concediéndole el «nombre sobre todo nombre» y las criaturas lo confiesan como «Señor» de todo. Así pues, el punto más bajo de su descenso, la muerte en cruz, se transforma en su máxima exaltación. En cristiano, bajar es subir.

 

El creyente puede celebrar, por tanto, la cruz ignominiosa porque en ella descubre el amor más grande y de ella recibe la vida eterna. Por eso hoy celebra la exaltación paradójica de la Santa Cruz.


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