Domingo III del tiempo Ordinario
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.
Comentario de Álvaro Pereira
Is 9,1-4; Sal 26; 1 Cor 1,10-13.17; Mt 4,12-23
Mateo termina su prólogo (Mt 1–4) con el traslado de Jesús desde Nazaret a Cafarnaún, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Jesús va a comenzar su ministerio en los márgenes, «en la Galilea de los gentiles». Esta noticia geográfica aparentemente banal revela, según el evangelista, la continuidad del proyecto salvífico de Dios, en las tres etapas que va superponiendo en su obra: Israel, Jesús y la Iglesia. Al igual que Dios anunció, por medio de Isaías (9,1-4), la liberación luminosa del azote asirio al reino del Norte, así Jesús comienza su predicación del Reino —«convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos»— con el traslado a esta región. Y al igual que el prólogo de Mateo culmina el viaje de Jesús desde Belén de Judá a Nazaret, y a Cafarnaún, la «Galilea de los Gentiles», así el evangelio, en tiempos de la primera Iglesia, está pasando de Israel a los gentiles en Antioquía, comunidad a la que escribe Mateo.
Antes de predicar su mensaje en Mt 5–7 —el así llamado Sermón de la Montaña— el Jesús de Mateo llama a Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Y es que el Maestro no se presentó nunca como un asceta solitario o un predicador huidizo, sino que desde sus inicios se quiso acompañar de discípulos. En este relato de vocación resaltan tanto la palabra imponente de Jesús que lleva indefectiblemente al seguimiento total como la misión encomendada: ser «pescadores de hombres». Dicha misión no implica solo incluir nuevos discípulos a la barca eclesial, sino que evoca el don de la vida. Si el pez en el agua vive, el hombre en el mar muere. Si el pescador de peces los lleva de la vida a la muerte, el pescador de hombre rescata a los humanos de la muerte y los lleva a las tierras de la vida. Así pues, ser «pescador de hombres» implica dar vida y suscitar liberación, a imagen de Jesús.
En la segunda lectura, Pablo exhorta a los corintios a la concordia. Ellos andan divididos porque se conducen aún con criterios mundanos —estima de la sabiduría, valoración del honor, etc.— y rivalizan, consiguientemente, sobre la elocuencia de sus ministros. Él inicia aquí una argumentación (1 Cor 1–4) en la que les animará a cambiar de mentalidad y a adoptar los criterios del Mesías crucificado, el mejor modo de lograr la unidad eclesial.
