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Domingo III de Cuaresma

Evangelio según San Lucas 13,1-9.
 

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.


El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?

 


Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

 


¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
 

 

Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

 

Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.


Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.


Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.

 

Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".

 

Comentario de Álvaro Pereira

 

En la primera lectura, Dios concede una nuevo inicio a la historia de Israel. Él, un Dios que ve y oye los sufrimientos humanos, llama a Moisés para liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto. La empresa es demasiado grande para las fuerzas del enviado, por ello el nombre divino le es revelado. Y es que solo en el nombre de Dios Moisés puede vencer al Faraón, David a Goliat, o Cristo a la muerte.

 


El enigmático nombre, “Yo soy el que soy”, preserva el misterio divino (“Yo soy quien quiero”) a la vez que entraña una promesa de compañía a lo largo de la historia (“Yo soy el que estaré” con vosotros). El Dios revelado en el Sinaí ya no es un dios del lugar, sino el Dios del éxodo, siempre junto a su pueblo incluso cuando Israel no tenga templo o sufra destierro.

 


En la segunda lectura, Pablo recomienda a los corintios que se guarden de la idolatría y los pecados conexos. No basta haber recibido el bautismo para permanecer en la salvación, como tampoco le bastó a la generación del desierto caminar bajo la nube o beber de la roca espiritual, que era Cristo.

 


Por último, Jesús exhorta severamente a sus oyentes a la conversión. Es necesario cambiar de mentalidad y adoptar sus criterios. Todavía el viñador esperará un año más, pero es urgente que todos los creyentes de ayer y de hoy, como la higuera débil y estéril, comiencen a dar frutos de justicia y santidad.

 


Cercanía divina y conversión imperiosa, misericordia eterna y exigencia total, son las dos vías por las que avanza el tren de esta Cuaresma.  Que el Señor, “compasivo y misericordioso, ?lento a la ira y rico en clemencia” oriente nuestros pasos en esta senda de verdad.

 

 


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