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DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

 

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 
Al principio estaba junto a Dios. 

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. 
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. 
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.  El no era la luz, sino el testigo de la luz. 

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. 
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.  Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. 

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.  Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. 

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". 

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:  porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.  Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre. 

 

Comentario de Antonio J. Guerra

Eclo 24,1-4.8-12; Sal 147; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18

Las lecturas de este domingo hacen eco de la fiesta de Navidad, siendo el aspecto que más se resalta el de Cristo como la Palabra viviente de Dios, que nos comunica su luz y su salvación. En los primeros días de este año nuevo seguimos meditando el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra historia.

El libro de Eclesiástico prepara bien al prólogo de Juan que se lee en el evangelio. Habla de la sabiduría de Dios como la más excelsa criatura divina en estrecha vinculación con el Señor: la sabiduría ha salido de la boca del Altísimo. En esta personificación de la sabiduría existe ya una preparación de la revelación de Dios en la Palabra encarnada: “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). El salmo 147, haciendo suyo este estribillo, es interpretado desde la óptica cristiana: “Dios envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz”.

La carta de san Pablo a los Efesios nos informa qué mensaje nos tiene preparado Dios en Jesucristo: una bendición que viene del cielo, nos ha elegido Dios para ser sus hijos. Pablo pide a Dios que conceda a los cristianos espíritu de sabiduría y revelación que les abra sus ojos para conocer verdaderamente lo que Dios nos tiene prometido.

En el prólogo de Juan encontramos el mejor resumen de toda la historia de la salvación. Cristo desde la eternidad estaba junto a Dios, era la Palabra viva de Dios. Cuando llegó la plenitud del tiempo, la Palabra se encarnó y acampó entre nosotros para iluminar con su luz a todos los hombres. Acerquémonos a este Hijo único pues él nos manifestará la gloria del Padre. El vino a su casa y “los suyos no lo recibieron”. Seamos de los que sí acogen al Señor, recibiremos el mejor regalo de Dios: nacer de Él y ser sus hijos.

 

 

 


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