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DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

 

Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén a fin de presentarlo al Señor, según está escrito en la Ley de Moisés: "Todo varón primer nacido será llamado santo para el Señor", y a fin de dar en sacrificio, según lo dicho en la Ley del Señor, "un par de tórtolas o dos pichones".Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo era sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Ungido del Señor. 

Y, movido por el Espíritu, vino al templo; y cuando los padres llevaron al niño Jesús para cumplir con él las prescripciones acostumbradas de la Ley, él lo tomó en sus brazos, y alabó a Dios y dijo: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, según tu palabra, porque han visto mis ojos tu salvación, que preparaste a la faz de todos los pueblos. Luz para revelarse a los gentiles, y para gloria de Israel, tu pueblo". 
Su padre y su madre estaban asombrados de lo que decía de Él. 


Bendíjolos entonces Simeón, y dijo a María, su madre: "Éste es puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser una señal de contradicción – y a tu misma alma, una espada la traspasará -, a fin de que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones".

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada; había vivido con su marido siete años desde su virginidad;y en la viudez, había llegado hasta los ochenta y cuatro años, y no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 

Se presentó también en aquel mismo momento y se puso a alabar a Dios y a hablar de aquel (niño) a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Y cuando hubieron cumplido todo lo que era exigido por la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret en Galilea. El niño crecía y se robustecía, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre Él

 

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Las lecturas de este domingo iluminan la vida del creyente y de la familia. El pasaje del Eclesiástico muestra una profunda reflexión sobre el alto valor del cuarto mandamiento: el que honra al padre y a la madre (incluso cuando llega el tiempo de su debilidad física y mental) atrae sobre sí la bendición, la vida eterna y el perdón de sus pecados. El Salmo presenta la dicha de una familia llena de vida como fruto de la bendición de Dios para el que le teme (temor entendido desde la clave del amor y el respeto al Señor de la vida y de la Historia).

La exhortación de Pablo a los Colosenses ofrece un grandioso florilegio de virtudes cristianas, focalizadas en torno al amor entrañable y la fe. Sólido cimiento sobre el que fundar y construir una familia.

El evangelio pertenece a los relatos familiares de la infancia de Jesús. Presenta el momento tanto de la purificación de María, a los cuarenta días de dar a luz, según prescribía la ley judía (Lv 12), como de la consagración de Jesús, su primogénito, a Dios (Ex 13,2). Suben a Jerusalén y en el templo acontece el encuentro con dos ancianos: Simeón y Ana. Ambos, junto al templo, están representando al pueblo de Israel, sostenido por las promesas en su larga espera del Salvador. Simeón, hombre justo y piadoso que aguardaba el consuelo de Israel como anunciaron los profetas (Is 40,1), es guiado por el Espíritu al templo donde se cumple lo que ya le había anunciado: ver al Mesías antes de morir.

Cuando ve al niño Jesús lo toma en brazos y pronuncia una hermosa bendición a Dios, en la que define a Jesús como el Salvador esperado, luz de todos los pueblos y gloria de Israel (cf. Is 42,6; 49,6). A la vez revela a sus padres el camino difícil de su hijo, un camino que pasará por la incomprensión, el rechazo y la cruz, llenando de dolor el corazón de su madre. Por su parte, Ana, viuda (pobre) y profetisa, no se apartaba del templo sirviendo a Dios con oraciones y ayunos. Al contemplar al niño, da gracias a Dios y lleva la noticia de la llegada del Mesías a todos los que esperaban la liberación de Israel (Is 52,9). El AT ya puede cerrarse en paz, dando paso al que inaugura el Reino de Dios.

 María y José vuelven con Jesús a Galilea, admirados por las palabras de estos ancianos que revelan la identidad y el destino de su hijo: es el Mesías esperado que entregará su vida para consolar y liberar a los hombres y llenará todos los pueblos de la gloria y luz divinas. Hasta que llegue el momento de iniciar su camino, Jesús sigue bajo la tutela de sus padres en Nazaret, creciendo en estatura, sabiduría y gracia. Inmejorable escuela y programa para todo hogar cristiano.

                                                                       


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