DÍA DEL SEMINARIO 2024: En la vocación “hay que ir con todo”

DÍA DEL SEMINARIO 2024: En la vocación “hay que ir con todo”

Todos los cristianos estamos llamados al amor, porque fuimos creados por el Amor y para amar. Esta vocación universal, sin embargo, puede concretarse de diferentes formas: la mayoría se sentirá llamado a formar una familia, pero también son muchos los que reciben una exhortación a consagrarse a Dios a través de las numerosas formas y carismas que acoge la Iglesia.

El sacerdocio diocesano es una de ellas. Precisamente durante el mes de marzo la Iglesia en Sevilla presenta la vocación al sacerdocio de un modo más entusiasta y directo, haciendo coincidir el Día del Seminario con la solemnidad de San José, patrón de esta institución diocesana.

Entre las actividades y eventos preparados, destaca una campaña en redes sociales que muestra conversaciones espontáneas entre cuatro seminaristas con un sacerdote mayor, un sacerdote joven, una madre y un amigo. En estas, con un tono genuino y natural, los futuros sacerdotes se sinceran con sus acompañantes, recuerdan anécdotas o piden consejos para mantenerse fieles a la llamada de Dios.

La vocación, una apuesta

El sacerdote Manuel Jiménez, delegado diocesano para la Pastoral con Jóvenes, recuerda cómo su vocación surgió en la etapa universitaria, “en la época de los grandes ideales y las grandes decisiones”. Pese a las dudas y miedos propios del candidato, “llega un momento -explica- en el que, como en el póquer, tienes que ir con todo, ponerte en manos de Dios para ver si esta vocación realmente es aquello que responde a lo que tú deseas y a lo que la Iglesia necesita”.

Y una vez decidido, “la parte de apuesta no te la quita nadie”, es decir, “hay un momento en el que, al saltar, los dos pies están en el aire. Por ahí hay que pasar. Aunque sea una mínima fracción de tiempo, te la estás jugando con los dos pies en el aire. Después hay que confiar en el suelo firme que abandonas y el que pretendes pisar”. Con esta imagen Manuel Jiménez anima a los jóvenes -o no tan jóvenes- con inquietud vocacional a no amedrentarse ante el vértigo que puede causar tomar la decisión de ingresar en el Seminario. En su lugar, aboga por “buscar espacios donde te sientas libre para tomar una decisión, dedicar tiempo a la oración y acompañarte de un sacerdote de confianza para que el corazón exprese lo que de verdad desea, que el Señor pueda responder y puedas escucharlo”.

La vocación, un misterio

“El Señor jugó conmigo como una carambola”. De esta curiosa forma explica Alberto Pardo, sacerdote desde hace 56 años, cómo surgió su vocación. “Soy de una aldea de Málaga, en la que ni siquiera había sacerdote. De hecho, mi futuro era ser pastor de cabras. Pero, por pura Providencia, el Señor me puso en una familia, en una comunidad parroquial y en unas circunstancias propicias para plantearme la vocación sacerdotal”. Por ello, defiende que “la vocación es un misterio y es difícil de explicar”.

Entiende que la sociedad de hoy no invita precisamente a la escucha del plan divino, por eso insiste a los jóvenes a que se dejen “llevar por el Espíritu”. “El Señor tiene que jugar mucho con vosotros -continúa- para que lleguéis al lugar apropiado. Pero Él no se cansa de jugar. Jesús sigue llamando y cuando se empeña, lo consigue”.

La vocación, no siempre un camino fácil

En el caso de Ángel López, el Señor llamó bien fuerte y lo hizo muy pronto. “Ya con tres años jugaba a ser sacerdote y pedía a los Reyes Magos cosas de Misa (casullas, cálices…)”, comenta Rocío Olivero, su madre.

Sin embargo, esta vocación temprana no fue bien acogida en la familia: “Yo lo veía venir, pero no pensaba que sería tan pronto. De hecho, yo procuraba tenerlo entretenido para que no pensara en ello: lo apunté a natación, a clases de clarinete, a fútbol…” Pero con solo 14 años, Ángel pidió a sus padres ingresar en el Seminario Menor de Sevilla. “Al principio lloré mucho. Sentí que me habían quitado a mi hijo. No entendía cómo siendo tan familiar, quisiera irse de casa”. En consecuencia, reaccionó mal, “poniéndole el camino muy difícil”, lamenta Rocío.

Después de tantos años (Ángel está ya en quinto curso del Seminario), “me arrepiento de no haberte apoyado más al principio. Porque he visto un cambio en ti muy grande y bueno en estos años. Te veo feliz y una madre solo quiere la felicidad de sus hijos”, explica a su hijo en uno de los vídeos.

Por este motivo, a los padres que se encuentran en una situación similar les aconseja “que escuchen a los niños, que los acompañen y apoyen en su vocación, aunque no compartan su opinión. Si esos niños, por pequeños que sean, son del Señor, van a ser del Señor. Dios marca el ritmo, no nosotros”.

La vocación, una ilusión compartida

“Javi siempre estaba muy metido en las cosas de la Iglesia. Le encantaba hacer de monaguillo y organizar actividades religiosas”, recuerda Jaime de Oriol, amigo de Javier Llorente, seminarista de quinto curso. Por eso, “en la pandilla comentábamos de vez en cuando que quizás te metías a cura”, confiesa entre risas. Aunque también reconoce que cuando finalmente les anunció su intención de ser seminarista “algunos pensaron que estaban de broma y otros alucinaron. Al final, sin embargo, todos estamos muy contentos y nos lo tomamos como lo que es: un notición y una gran alegría”.

Tener como mejor amigo a un futuro sacerdote tiene sus ventajas e inconvenientes: por un lado, apunta, “lo que peor llevo es que pasa mucho tiempo aquí en el Seminario y los fines de semana en las pastorales en algún pueblo, y es difícil vernos. Pero sé que mi amigo está cerca del Señor y que es feliz. Además, estoy deseando que se ordene para que me confiese. Al igual que ahora me escucha y me aconseja, entonces podrá también darme la absolución”.

Este joven ve en su amigo al mismo chico “sonriente, guasón y bromista que conocí hace más de veinte años”, si bien, “también he notado un gran cambio espiritual en él. Lo veo con las ideas más claras con respecto a Dios”.

Precisamente, uno de las premisas de los formadores es que el seminarista no debe “pasar por el Seminario”, sino que “el Seminario debe pasar por el seminarista”, transformando poco a poco su corazón de hombre, en uno de padre y pastor.


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