Jueves Sacerdotal. Carlos Romero fundamenta su sacerdocio en una amistad sincera con Jesús

Jueves Sacerdotal. Carlos Romero fundamenta su sacerdocio en una amistad sincera con Jesús

Carlos Romero está próximo a cumplir 28 años de edad. Nació en Utrera y es el párroco de Nuestra Señora de las Huertas, de Puebla de los Infantes, desde 2017.

El Salmo 15 fue la cita bíblica que eligió para su invitación sacerdotal: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, escribió el Santo Cura de Ars y Carlos es consciente que ser sacerdote en la actualidad y profesar un amor claro y decidido por Jesús Eucaristía supone un reto. “Nos centramos mucho en los aspectos negativos de la sociedad actual y la dificultad al ejercer el ministerio. Creo que hemos de plantearlo de forma positiva. Es un reto que exige mayor autenticidad, santidad, y un mayor compromiso evangelizador. Las personas están sedientas, tienen deseo de colmar esa sed. Nosotros hemos de tener la audacia de saber transmitir la Buena Noticia”.

Los jóvenes “buscan y no saben a quién, por tanto, proponer a Jesucristo como el pilar fundamental de sus vidas requiere un esfuerzo frente a las demás propuestas que les ofrece la sociedad y que les reporta frutos inmediatos y con bajo esfuerzo. ¿Pero cuáles propuestas son duraderas en el tiempo? ¿Cuáles traen una verdadera alegría?.  El testimonio sacerdotal, la coherencia y fidelidad se convierten en llamadas de conciencias ante la vida del prójimo”, manifiesta.

Así, la Eucaristía “es fundamental cuando se convierte en algo necesario y no en un simple precepto. Normalmente hay  fieles que no comprenden aspectos de la Misa. No se trata de explicar todo en un día, al contrario, gota a gota, misa a misa, exponiéndoles, explicándoles y haciéndoles vivir las eucaristías. En mi corta experiencia es muy positiva la predicación diaria del Evangelio”.

Amigo de  Santo Domingo Savio

Carlos ingresó en el colegio Salesiano Nuestra Señora del Carmen de Utrera con 7 años. Tras recibir la Primera Comunión, participó de los grupos de formación de Amigos de Domingo Savio.  En la adolescencia nombraron a un nuevo sacerdote para su parroquia y estableció con él un estrecho vínculo. “Poco a poco se fue ganando mi confianza y la de algunos amigos, pidiéndonos ayuda como monaguillos. Antes de Misa nos convocaba un poco antes para rezar ante el sagrario”, recuerda.

Oración y amistad con Cristo

Carlos afirma que nunca se había planteado la vocación sacerdotal, “pero como requisito para acceder al sacramento de la Confirmación tenía que asistir a una pascua juvenil desde el Jueves Santo al Domingo de Resurrección. “En el grupo de amigos éramos contrarios a participar en este encuentro, estábamos implicados en hermandades de nuestro pueblo y nos parecía irrenunciable personal y espiritualmente dejar de asistir a la hermandad para acudir a la pascua juvenil. Se lo comentamos al párroco y él nos animó a que participáramos, diciéndonos  que teníamos toda la vida para vivir la Semana Santa dentro de la hermandad, pero para vivirla asistiendo a la pascua juvenil sólo una”.

Finalmente, Carlos y sus amigos accedieron a participar de la pascua juvenil y en una de las meditaciones del Triduo Pascual, el sacerdote preguntó: ¿Jesús ha muerto por ti y tú que estás dispuesto a hacer por Él?. “La interrogante me hizo leer el presente de mi vida dándome cuenta que, en el día a día, renunciaba a muchas cosas que hacían jóvenes como yo por estar cerca del Señor. Posponía quedadas de amigos, todos los días intentaba visitar la parroquia, admiraba la vida del párroco, intentaba llevar amigos a la parroquia… en definitiva, estar en la Iglesia y las cosas de Dios me hacían feliz”.

“Una vez concluida la Pascua – rememora– visité al párroco y hablamos de las experiencias vividas en ese encuentro. Por miedo no le conté todo lo que había sentido y experimentado. Sin embargo, antes de terminar la conversación me dijo que seguramente me estaba pasando como al pequeño Samuel. Yo no sabía lo que me quería decir. Él me dio para meditar la cita del pasaje bíblico del libro de Samuel, me dijo que la leyera cuando estuviera a solas. Al llegar a casa la leí y me entró pavor y a la vez tranquilidad de sentirme reflejado en ese relato de la Palabra”.

Esta vivencia lo llevó a asistir a una convivencia vocacional en el Seminario. “Siempre me había negado, veía a los seminaristas como raros.  Y estando allí, me sentí en contacto con personas que sentían lo mismo que yo, no era algo extraño lo que me estaba pasando. No me habían comido la cabeza, Dios me hablaba y además también había personas que sentían lo mismo que yo”.

El Ministerio Sacerdotal

Carlos fue ordenado sacerdote el 24 de junio de 2017. Desde entonces, ha intentado vivir su ministerio sacerdotal “con disponibilidad y entrega total a la Iglesia y al pueblo que se me ha confiado, respondiendo a Dios e intentando cumplir su voluntad en todo momento”.

“No se sale del seminario sabiendo ser sacerdote”, reconoce. “El pueblo de Dios va esculpiendo el corazón sacerdotal, a través de los acontecimientos que se viven, contrastándolos en la oración mediante la celebración de los sacramentos. La humildad es la base del ministerio, para poder estar al servicio no se puede tener una idea preconcebida que se quiere implantar en una parroquia, no existe una formula mágica. El mapa es el Evangelio, los fieles son del Señor y yo un instrumento en sus manos”, afirma.

Sus incipientes años de sacerdocio los comparte con un sacerdote jubilado hijo de la Puebla de los Infantes de 93 años de edad, Miguel Rastrojo Romero.

“Es una gracia de Dios poder compartir y convivir a diario con un sacerdote experimentado, todos los días celebramos la Eucaristía juntos y su madurez de vida hace equilibrio con mi juventud humana y sacerdotal”.

Mirada esperanzada

Los pilares de su vida creyente se fundamentan “en una amistad sincera con Jesús”, intentando que la actividad no merme nunca el tiempo dedicado a la oración, a la preparación de los sacramentos y de la predicación”.

La lectura y el estudio continuado de la Palabra de Dios representan una práctica diaria. “Nunca lo conocemos del todo, y pensar que ya sabemos lo suficiente sobre él, significa desconocerlo”.

Su devoción a la Virgen María, la caridad como entrega de la vida, “no por iniciativa propia, sino por la elección de Cristo, que se fijó en mí, siervo indigno y entregó su vida por mi rescate”,  además de la caridad pastoral y la fraternidad sacerdotal, “fortalecen mi ministerio”.

También es necesario, argumenta Carlos, “cultivar una mirada esperanzada; muchas veces matamos el impulso del Espíritu viendo todo de color negro o convenciéndonos de que no es posible. Las cosas nunca son tan negras como parece y para Dios no hay nada imposible”.

El sacerdote tiene que atender espiritualmente a muchas personas en su día a día, pero él es el primero que tiene la necesidad de un compañero que contraste junto con él lo que está viviendo. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”, advierte.

Reconoce que en la cotidianidad se “deja sorprender cada día por la actuación de Dios. Todos los días le pido que no me acostumbre, que no se me endurezca el corazón”.


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