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XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

de-fanoEn aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.  Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “Él que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”.

Comentario de Miguel Ángel Garzón

Is 50,5-9; Sal 114; Sant 2,14-18; Mc 8,27-35

Las lecturas presentan el camino del Mesías sufriente hacia la cruz y la resurrección. En la lectura progresiva del evangelio de Marcos llegamos al punto de inflexión que tiene lugar en Cesarea de Felipe. Desde el inicio de su misión Jesús ha estado acompañado por sus discípulos y se ha ido dando a conocer en sus palabras y obras. Llegados a este punto pregunta qué dicen ellos y la gente sobre él. El pueblo lo considera un enviado de Dios, como uno de los profetas, pero nada más. Pedro, en nombre de todos los discípulos, desvela la identidad de Jesús: “Tú eres el Mesías”. Pero Jesús les impone riguroso silencio porque toca seguir el camino que revela el verdadero sentido de su mesianismo. Un camino que ahora apunta hacia Jerusalén. No es el Mesías poderoso y triunfante que esperaba Israel, sino el Mesías al estilo del siervo sufriente que narra el poema de Isaías de la primera lectura. El siervo que se entrega a Dios en fidelidad, sufriendo la persecución y el desprecio, pero que encuentra la fortaleza en su Dios, que arranca el alma de la muerte (Sal114).

Su camino pasa por la pasión, la cruz y la muerte. Un camino que escandaliza, como manifiesta Pedro que, revistiéndose de tentador, quiere impedir a Jesús seguir este camino. El Señor lo reprende duramente y lo resitúa: tiene que continuar detrás de él, como hasta ahora, caminando y aprendiendo. Ser discípulo implica tomar el mismo camino y destino: cargar la cruz y perder la vida amando para ganarla. Después de la Resurrección este camino adquirirá toda su verdad y su fuerza salvadora. Como afirma, el apóstol Santiago, solo las obras de amor y servicio pueden mostrar la fe que confiesan los labios.

 


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