Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”.
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’.
Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Comentario de Pablo Díez
(Ex 24,3-8; Sal 115; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26)
La ratificación de la Alianza con sangre, extraña para el hombre contemporáneo, adquiere pleno sentido si se tiene en cuenta que para los israelitas la sangre contiene la vida y sirve de antídoto a todo lo que es factor de muerte. En realidad, no es Moisés quien ofrece a Dios la sangre, sino que es éste quien se la ha dado a Israel para que repela la muerte y se lleve todo lo que impide la comunión con él. En este sentido, la sangre es el símbolo de la comunidad de vida establecida entre Dios y su pueblo. Por ello, se derrama al mismo tiempo sobre el altar (ámbito de lo divino) y sobre el pueblo (que se compromete con juramento).
Pero, tal como dice Hebreos, esta intimidad con Dios que otorga la Alianza, expresada en el culto Veterotestamentario, no alcanza una eficacia salvífica total porque no puede trascender lo terreno, no conduce al santuario celeste, e impide a los fieles entrar en el grado requerido de comunión con Dios. En cambio, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo, Dios mismo ha ofrecido a los hombres el medio eficaz para acceder a la intimidad gloriosa con él (Hb 2,10). Se trata del cuerpo glorificado de Cristo crucificado, camino nuevo y vivo para entrar en el santuario celeste (Hb 10,19-20), al que los creyentes tienen acceso a través del banquete eucarístico que anticipa y trae al presente el banquete definitivo del Reino.
