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JESUCRITO, REY DEL UNIVERSO

Evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».  Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».  Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».  Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena?  Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».  Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Comentario bíblico, por Antonio J. Guerra

2Sam 5,1-3; Sal 121; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

San Pablo nos recuerda hoy que el inmenso amor de Dios ha hecho posible el milagro de arrancarnos del “dios de este mundo” para trasladarnos, mediante el bautismo, al reino luminoso de Cristo. Evidentemente se trata de un milagro patente, ya que se hace difícil contemplar la realeza de Jesús en alguien que ha sido llevado a la fuerza a la cruz y que ni siquiera puede salvarse de su propia muerte, de ahí tanta burla de parte de sus acusadores y de incluso de uno de los ladrones. No es fácil ver en aquél moribundo manso al Rey definitivo enviado por Dios para regalar la salvación a los hombres. Si Jesús es Rey, ciertamente no lo es a la manera humana, ya que aparentemente no podrá salvar a nadie, es más, no garantiza el bienestar terreno, no preserva ni de la muerte ni la enfermedad. El poder salvador de Jesús no reside en este bienestar tan preciado por nosotros, sino en otra cosa. Será la mirada de fe del ladrón que reconoce su propia culpa la que permite ver más allá del sufrimiento. El buen ladrón acepta su fin inmediato, pero de alguna manera la frase “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” le habla que Jesús va a inaugurar algo maravilloso, y que lo hará traspasando el umbral de la muerte. El ladrón lo reconoce así como Salvador pues ve en el Crucificado al que abre el camino al Paraíso. Aquél Paraíso que se cerró para el primer Adán ahora el nuevo Adán lo va a abrir de par en par para que el hombre pueda gozar eternamente de la comunión y cercanía de Dios.


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