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IV Domingo de Adviento

VisitaciónEn aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá;  entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo  y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.  Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Comentario de Antonio J. Guerra

(Mi 5,2-5a; Sal 79; Hb 10,5-10; Lc 1,39-45)

La liturgia de la Palabra nos prepara para el misterio de la Navidad, que ya está a las puertas, resaltando el papel fundamental que la Virgen María desempeña.

La profecía de Miqueas anuncia, dentro de un contexto de amenazas por la degradación social de la sociedad judía del siglo VIII-VII a.C., un brillo de esperanza, pues Dios sacará un Rey eterno que salvará a todo el conjunto. Profetiza que será la pequeña Belén de donde saldrá ese futuro “jefe de Israel”. Esta elección constituye el símbolo de la preferencia de Dios por los instrumentos pobres para hacer grandes cosas. Está ya todo señalado para cuando dé a luz la que ha de dar a luz.

El Salmo 79 recoge la esperanza de que Dios puede salvar a su pueblo, a pesar de que los días difíciles inviten a pensar lo contrario. Dios finalmente ha realizado su promesa en Jesucristo. Hebreos nos presenta el valor definitivo de la salvación traída por el Hijo obediente: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. El Hijo de Dios desde su entrada en el mundo (encarnación) se ofrece como víctima para conseguirnos la amistad (santificación) con su Padre.

La Encarnación es la intervención definitiva de Dios que visita a los suyos. La familia del precursor es la primera que participa de esta “visita” y de sus efectos salvadores. En el evangelio aparece María íntimamente unida a la visita salvadora del Señor a su pueblo, unión maternal. Ella es la que lleva al Señor para que el mundo pueda experimentar la alegría. Ella es la Madre que invita a la Iglesia a prolongar esta visita del Señor a todos los hombres a lo largo de la historia hasta que Él vuelva en gloria y majestad.


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