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III Domingo de Adviento

En aquel tiempo la gente III Domingo Advientopreguntaba a Juan : «Entonces, ¿qué debemos hacer?».  Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías,  Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego;  en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

 

Comentario bíblico de Álvaro Pereira 

Las lecturas de hoy giran en torno a dos temas aparentemente distintos, alegría y conversión: la conversión a la que Juan el Bautista exhorta para preparar la venida del Mesías, y la alegría por ser ya tercer domingo de Adviento, domingo de «Gaudete» («¡Alegraos!»).

Invitan a la alegría tanto Sofonías como Isaías y san Pablo. El profeta Sofonías estimula a Jerusalén, la hija de Sión, a una alegría desbordante. No escatima en sinónimos: alegrarse, regocijarse, disfrutar, gozar. La fuente de tanto gozo no es un bien material, sino una relación amorosa: «el Señor se alegra y goza contigo». Frente al resto de rivales, solo el Señor permanece como su rey amante, ¿hay motivo de mayor gozo? La tradición cristiana ha leído estos versos como dirigidos a María, la «hija de Sión», animada a alegrarse por el próximo nacimiento de su hijo.

También el profeta Isaías (salmo de hoy) da gracias porque Dios lo ha salvado de un castigo merecido. Su alegría es tanta que invita a todos los habitantes de Sión a gritar de júbilo con él.

San Pablo anima a los filipenses: «alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos». Sus palabas debieron sonar muy poderosas teniendo en cuenta que el apóstol estaba encarcelado al tiempo de escribir la carta. Nada ni nadie le podían quitar la paz de saber que «el Señor está cerca». Esta convicción basta para que la alegría se aloje pacíficamente en su corazón.

Juan el Bautista en el evangelio tiene palabras más punzantes. A la predicación del juicio inminente, sus oyentes le preguntan: «¿qué debemos hacer?». Es la misma pregunta que la gente dirige a Pedro tras su predicación de Pentecostés (Hch 2,37). Juan responde de forma exigente: compartir con el pobre, ser rectos y honestos. Todos deben enmendarse para preparar la venida del Señor.

La actitud de la alegría y el movimiento de la conversión, en fin, no son realidades tan distintas. El que encuentra el tesoro no puede por menos que, «lleno de alegría», venderlo todo para comprar el campo (Mt 13,44). El futuro espera, todo debe estar preparado ¿se alegrará el lector?

 


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