Entrevista a Diego Márquez, delegado diocesano de Pastoral Obrera: “Esta situación nos convoca a compromisos concretos: reinventar la comunidad y promover la economía de lo común”

Entrevista a Diego Márquez, delegado diocesano de Pastoral Obrera: “Esta situación nos convoca a compromisos concretos: reinventar la comunidad y promover la economía de lo común”

Muy lentamente vemos cómo la cifra de fallecidos por COVID-19 disminuye día a día y la famosa curva va doblegándose; comprobamos también que nuestro sistema sanitario vuelve poco a poco a su funcionamiento habitual y cómo se van relajando las medidas de confinamiento. En definitiva, empezamos a vislumbrar el final de este largo periplo que se ha cobrado la vida de más de veintitrés mil personas en España. Pero la batalla contra el coronavirus no acaba aquí, sino que la pandemia sanitaria se convierte ahora en pandemia de pobreza. Una que, lamentablemente, ya experimentaban millares de familia en nuestro país y que ahora se ha agravado hasta límites insospechados.

Diego Márquez, como delegado diocesano de Pastoral Obrera y miembro de la Acción Conjunta Contra el Paro, conoce bien cuáles son las consecuencias derivadas de esta crisis: desempleo, precariedad y exclusión. Frente a ello ofrece una serie de propuestas que buscan poner al ser humano en el centro de un nuevo sistema económico.

 

¿Cómo afronta la ACCP la lucha contra la COVID-19?

En estas fechas en torno al primero de mayo, hemos visto cómo la actual situación nos ha devuelto a la realidad y racionalidad de lo humano frente a lo económico. Por eso, es un momento ideal para reflexionar sobre muchos aspectos de nuestras vidas y de nuestra sociedad. En esta línea, entendemos que la nueva situación que va a surgir una vez pase el estado de alarma nos va a exigir a todos, incluida a la Iglesia, un esfuerzo de reflexión y propuesta para dar una respuesta eficaz antes la grave situación a la que ya se están viendo abocados muchas personas y familias. Creemos que la ACCP puede ser el foro en la Iglesia diocesana para esta reflexión y generación de propuestas.

Con las Bolsas internacionales en caída libre y el incremento del desempleo, se nos dibuja un presente muy difícil. ¿Qué supone esta pandemia para la economía y para el mercado laboral?

La realidad que estamos viviendo ha puesto de manifiesto el gran valor del trabajo humano para que el funcionamiento de nuestra sociedad sea posible, y ha mostrado que los trabajos aparentemente más humildes han resplandecido como los más necesarios. Por otro lado, es evidente que vamos a entrar en una crisis económica más profunda que la que vivimos a partir del 2008. Ante esto, lo importante es que la salida de la misma no sea igual que la de entonces, sino que sea una salida auténticamente social, que haga de la atención a los más pobres el centro de la acción política.

¿Y eso es posible? Es decir, ¿podría el coronavirus suponer una oportunidad para cambiar nuestro modelo económico y desarrollar sistemas en los que la persona sea el centro?

No es que sea una oportunidad, es que tiene que ser una obligación. Este tiempo interrumpido debe ser irrupción de otro mundo posible. Una de las repercusiones que nos debe aportar la experiencia de esta pandemia es construir una nueva aritmética de los bienes humanos. Es preciso construir bienes públicos (sanidad, educación, cultura, etc.) fuertes y eficaces. Asimismo, en las decisiones políticas, el valor de toda persona ha de prevalecer sobre otras consideraciones, incluso las de carácter económico. Para la Iglesia no hay duda de que la economía está al servicio de las personas y especialmente de las más empobrecidas. El debate entre salvar a la economía y salvar a las personas no admite discusión. Por todo ello, la situación nos convoca a compromisos concretos. En estos momentos hay dos escenarios especialmente necesitados de presencia y de profecía: estamos emplazados a reinventar la comunidad y a promover la economía de lo común.

Para lograrlo, ¿qué medidas propone la Acción Conjunta Contra el Paro?

Junto a un plan de reconstrucción económica, necesitamos un gran plan de reconstrucción civil que dote a la Humanidad de una trama densa de comunidad. Frente a la gran desvinculación sufrida por el utilitarismo y la superficialidad, necesitamos impulsar la revinculación, que comienza en el abrazo con cada vecino del barrio, con los empobrecidos de las periferias. Hay que incrementar la economía social, necesitamos hacer insoportable para la conciencia que haya una persona sin hogar, necesitamos modernizar nuestro modelo de acción social y que no solo dé pan. Otras medidas fundamentales son: la potenciación de los servicios sociales públicos, el reforzamiento y apoyo de las entidades del tercer sector, la creación de empleo estable y de calidad apoyando a los sectores productivos capaces de generar puestos de trabajo…No nos podemos quedar en que los últimos lleguen a ser los penúltimos, deben alcanzar una vida segura.

Y como Iglesia, concretamente, la situación actual nos exige algo más: que intensifiquemos la pasión por la justicia, descubriendo y explicitando que la caridad también es “el principio de las relaciones sociales, económicas y políticas” (EG 205) para no “dar a las personas de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde” (CV 6).

Entre sus propuestas, ¿también se incluye la de garantizar un sistema de ingresos mínimos como última red de protección social de las familias más empobrecidas, tal y como defiende Cáritas?

Es evidente que hace tiempo que se ha roto la relación entre empleo y salario. Toda persona tiene el derecho y el deber de trabajar, pero lo necesario para vivir ella y su familia no puede depender de un derecho perdido o convertido en precario. Esta situación es especialmente grave en el caso de los trabajadores excluidos, inmigrantes, personas sin hogar y otros colectivos que han sido expulsados de la sociedad. No es decente una sociedad que convive con esta lacra sin alarmarse. Es tiempo, como dice el Papa Francisco en su Mensaje a los Movimientos Populares, “de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derecho”.

Y de forma individual, ¿cómo podemos ayudar los cristianos a nuestros hermanos empobrecidos a causa de esta pandemia?

Lo principal es sentir que la Historia está abierta. La disrupción de esta pandemia puede cambiar el eje de la humanidad. Necesitamos una sociedad civil reforzada, tejida por organizaciones inteligentes con bases sociales fuertes. Una ciudadanía que garantice un derecho de mínimo vital a cada persona:

En primer lugar, poner en el centro de nuestras preocupaciones la situación de los pobres y excluidos. Esto no es una cuestión secundaria o solo para unos pocos, sino que forma parte del centro del Evangelio.

Por otro lado, construir un estilo de vida diferente, encarnando en nuestro vivir cotidiano la austeridad, la solidaridad con los más pobres y el cuidado de la creación.

Finalmente, no permanecer impasibles, comprometernos en organización y movimientos de todo tipo que generen cambios y transformación social. El mundo nuevo que va a surgir necesita del aporte de lo cristiano y tenemos que ser todos lo que aportemos eso, saliendo de nuestras comodidades y rutinas y comprometiéndonos activamente en la construcción de una sociedad distinta.

Finalmente, hemos escuchado estos días cómo el papa Francisco nos advertía que “nadie se salva solo” y que durante este tiempo el Señor nos pide “no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos”. ¿Qué le suscitan estas palabras?

Creemos que todos tenemos varias tareas pendientes: Rescatar personas y empresas, resucitar las instituciones públicas, regenerar la vida política y afrontar unidos los retos del futuro. Además de estos, la Iglesia sigue teniendo pendiente la tarea de intensificar la relación entre caridad y justicia, la defensa pública y constante de los empobrecidos, excluidos y explotados.

No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn, 4, 9).

El Papa, desde aquel abrazo que todos sentimos en la plaza de San Pedro vacía, nos lanza a responder algunas preguntas muy concretas, sin dejar de abrazarnos: ¿Seremos capaces de actuar? ¿Seguiremos mirando para otro lado? ¿Estamos dispuestos a cambiar los estilos de vida?

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