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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Evangelio según san Lucas 20, 27‑38

toc32-13_cl-lc-2027-38En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:  «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”.  Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos.  El segundo  y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos.  Por último, también murió la mujer.  Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio.  Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.  Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”.  No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Comentario bíblico de Miguel Ángel Garzón

2Mac 7,1-2.9-14; Sal 16; 2Tes 2,16-3,5; Lc 20,27-38

Las lecturas nos sitúan frente a la realidad de la resurrección. El pasaje del libro de los Macabeos (s. II a.C.) recoge uno de los pocos textos que muestran la fe del pueblo de Israel en la resurrección. Contiene parte del relato que narra el coraje de una madre y sus siete hijos para afrontar con decisión y fortaleza el martirio. Los enemigos griegos quieren que renieguen de su fe y sus tradiciones religiosas (comer carne de cerdo). Pero ellos se mantienen fieles a Dios, confiando en que él no los abandonará, sino que les llevará a la vida eterna después de la muerte.

El evangelio presenta el careo de los saduceos con Jesús. Este grupo judío no creía en la resurrección, y para burlarse de ella plantea a Jesús un rocambolesco supuesto (desde la ley del levirato, Dt 25,5): si hay vida después de la muerte, de quién sería esposa una mujer casada sucesivamente con siete hermanos. Jesús afirma que la realidad del más allá será muy diferente a la vida terrena, ya nadie se casará. La identidad de los resucitados será al modo de ángeles, pertenecientes al ámbito celestial, serán “como hijos de Dios”. Finalmente, Jesús acude a la autoridad del Pentateuco (únicos libros que los saduceos reconocen como sagrados): si Dios se presenta a Moisés como Dios de los patriarcas (una vez que ya habían muerto) quiere decir que ellos están vivos.

Esta fe en la resurrección sustenta la misión de los cristianos. Así lo vivió y manifestó el apóstol Pablo. La oración de su carta a los Tesalonicenses refleja la esperanza puesta en el Señor, de quien procede la fuerza para amar. El es fiel y nos libra del pecado y de la muerte, de tal modo que “al despertar nos saciaremos de su semblante” (Sal 16).


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