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Domingo XVII del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Vende todo lo que tiene y compra el campo

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces:  cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.  Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

¿Habéis entendido todo esto?». Ellos le responden: «Sí».  Él les dijo: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».

Mateo 13, 44‑52

Comentario Bíblico de Pablo Díez

1Re 3,5.7-12; Sal 118,57.72.76-77.127-128.129-130; Rom 8,28-30; Mt 13,44-52

El punto central del mensaje de la primera lectura reside en el hecho de que Salomón no pide a Yahvé aquellas cosas de las que habitualmente se glorían los reyes, y que constituyen la base de su poder: larga vida, riquezas, muerte de sus enemigos (Sal 21,3-6.8-12). Lo que pide es un corazón para escuchar y juzgar con justicia. Esto implica el discernimiento entre el bien y el mal, enlazando directamente con Gn 2,9. Se trata del saber requerido para comportarse como un adulto responsable que ya no es niño (Dt 1,39), pero tampoco es todavía un anciano (2Sm 19,36). Es la primera cualidad del rey, que gobierna en nombre de Yahvé, hasta el punto de que conocer el bien y el mal lo hace semejante a Él (2Sm 14,17).

Pero este saber no puede ser conquistado por el hombre. Debe ser pedido a Dios, fuente de la sabiduría (Sant 1,5), tal como hace Salomón. Por eso se requiere la escucha (Dt 6,4-9), que implica el deseo de comunión con Yahvé a través de la fidelidad a sus palabras y preceptos, expresión de su voluntad. A partir de aquí la vida del rey ha de ser una historia de consagración a la Palabra de Dios (Sal 118,57), sabiendo que el amor tributado a Dios, a través de esta, será para su bien (Rom 8,28). Ha encontrado el tesoro, la perla (Mt 13,44-46). El creyente que se adhiere, como Salomón, a este discernimiento, sabe sacar del arca inagotable de la Escritura lo “nuevo” y lo “viejo”, pues la novedad de la predicación del evangelio revela y lleva a plenitud en Cristo los antiguos designios divinos.

Orar con la Palabra

  1. Pedir a Dios sabiduría.
  2. Discernir el bien y el mal para vivir y no morir.
  3. La fuerza de lo nuevo que desvela el valor de lo antiguo.

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