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Domingo de Resurrección (ciclo A)

Él había de resucitar de entre los muertos

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.  Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».  Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.  Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.  Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.  Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Jn 20, 1‑9

Comentario bíblico de Miguel Ángel Garzón

Hch 10,34.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9

La muerte de Jesús había sumido la humanidad en la tiniebla. Pero el amanecer del primer día de la semana revela la acción de Dios que llena de gozo a la creación (Sal 117). Día que se convertirá para siempre en el “día del Señor” (dies Dominicus, Ap 1,10).

Con la luz del nuevo día va llegando paulatinamente la claridad sobre lo acontecido. El evangelio describe esta progresión en la visión y reacción de los que acuden al sepulcro. María Magdalena, que parte aún en la oscuridad, ve (desde el exterior) la losa quitada y corre para comunicar lo que creía: han robado el cuerpo del Señor. Los dos discípulos que reciben la desconcertante noticia corren al sepulcro. El discípulo amado llega primero y, “asomado”, ve lo que puede confirmar el robo: las vendas por el suelo, pero no entra ni reacciona. Llega Pedro y, “entrando”, ve las vendas y también algo que sugiere misterio: el sudario de la cabeza enrollado aparte. Cuando, finalmente, “entra” el discípulo amado, ve (¿qué cosa?) y cree (¿en qué?). Su mirada (fe) ha penetrado el sepulcro y la muerte para “ver y creer” lo que hasta entonces había sido una realidad sellada y enigmática: “que había de resucitar de entre los muertos”.

Jesús, despojado de las vestiduras de la muerte, ha resucitado dando plenitud a lo que inició en Galilea. Lugar donde todo vuelve a recomenzar. Pedro y los demás discípulos se convierten en testigos de lo que “han visto” y predican este misterio de salvación: los que creen en él obtienen el perdón de los pecados (Hch 10,34-37). En Cristo resucitado, el ser humano ya ha resucitado, recibiendo su Vida nueva. Por eso, debe buscar (caminar hacia) los bienes de arriba, hasta que se manifieste plenamente esta gloria que ahora está escondida en Cristo Jesús (Col 3,1-4).

 

Orar con la Palabra

  1. ¿Cómo afrontas la realidad de la muerte, personal y ajena? ¿Cómo se nota en tu modo de vida la Resurrección de Jesús?
  2. Fíjate en las veces que aparece el término testigo/testimonio en la primera lectura y a qué se refiere. ¿Te sientes parte de este grupo de testigos? ¿Por qué?
  3. La fe implica un camino progresivo. ¿Caminas, como Jesús, haciendo el bien? ¿Te mueven los bienes de la tierra o los del cielo?

 


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