Carta del Arzobispo de Sevilla con motivo de la Semana Santa 2022

Carta del Arzobispo de Sevilla con motivo de la Semana Santa 2022

Llega la Semana Santa del año 2022, tan esperada, tan deseada, tan preparada desde hace mucho tiempo, en particular desde el Miércoles de Ceniza, en que comenzábamos la Cuaresma. Celebramos el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Somos conscientes de que no se trata simplemente de hacer memoria de unos acontecimientos históricos, sino de actualizar los misterios de la vida de Cristo con toda su fuerza redentora, que es capaz de transformar nuestra vida, aquí y ahora.

En cada celebración tenemos presente el Misterio Pascual en su totalidad, pero subrayamos especialmente los hechos que conmemoramos en cada oficio concreto. Lo más importante es que en cada oficio, en cada celebración, en cada procesión, en cada estación, en cada práctica de piedad, contemplemos el amor de Dios hacia la humanidad y el amor hacia cada persona hasta dar la vida por nuestra salvación. Esto es lo esencial. Nos encontramos en un año muy especial para nosotros, porque vamos a poder celebrar la Semana Santa después de dos años para olvidar en no pocos aspectos. Para mí será muy especial porque será mi primera Semana Santa en Sevilla, entre vosotros. Esta es la tierra de María Santísima, por eso os propongo que viváis estos días santos, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, de la mano de María.

María es Madre y Maestra de la Iglesia y de cada cristiano. Jesús nos la entrega realmente como Madre desde la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» dice a María, y después dice al discípulo Juan, en quien todos estamos representados: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27). Estas palabras determinan y expresan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo. De la mano de la Madre y Maestra rememoraremos la entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos y lo aclamaremos como Mesías Señor. El Jueves Santo contemplaremos emocionados la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial, el lavatorio de los pies de los apóstoles y el mandamiento del amor. El Viernes Santo meditaremos su Pasión y muerte en la cruz, y desde la Vigilia Pascual, gozaremos celebrando su Resurrección, su triunfo sobre la muerte y el pecado.

María, a lo largo de toda su vida, vive unida profundamente a Jesús, y se entrega en su colaboración única en la obra de la salvación. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén escucha del anciano Simeón que ese niño será Luz de las naciones y gloria de Israel, pero también que será un signo de contradicción y que a ella una espada de dolor le traspasará el alma (Cf. Lc. 2,22 ss.). Quedaba anunciado el drama de la muerte de Cristo en la Cruz y el inmenso dolor que la Madre experimentaría en el Calvario al ver morir a su Hijo. Un dolor incomparable por su capacidad única de sufrimiento y de amor. Incomparable sería también el gozo del encuentro con el Hijo resucitado. No hay palabras para describir ese encuentro.

Vivamos estos días profundizando especialmente en los misterios que vamos contemplando en los oficios, en las procesiones, en nuestra oración personal. Recibamos también a María como Madre, Madre y Maestra que nos enseñará el camino del seguimiento de Cristo, de la unión con Él. Acojamos el don de Cristo presente en la Eucaristía, presente en la Iglesia hasta la consumación de los siglos y acojamos el don de María, la Madre, presente también en la familia eclesial como lo estuvo en los inicios de la Iglesia, congregando, uniendo, acompañando a sus hijos.

+José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla


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