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Domingo I de Adviento

 

(Lc 21,25-28.34-36): En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.

»Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón
 

La Palabra de Dios de este primer domingo de Adviento remite a las tres venidas de Jesús que celebramos en este tiempo litúrgico. El profeta Jeremías anuncia la llegada del “vástago de David”, el mesías-rey, que implantará el derecho y la justicia, e inaugurará la era definitiva de la paz. Esta promesa nos sitúa en la espera de la llegada del Salvador (primera venida-Encarnación), cuyo nombre es portador de salvación: “Señor-nuestra-justicia”.

El evangelio –en este nuevo ciclo según la pluma de Lucas- recoge parte del llamado discurso escatológico de Jesús. Es su última predicación en Jerusalén, en la que habla del tiempo final, de los acontecimientos finales de la historia. Esta realidad (esjatón) conlleva varios elementos esenciales (propios del género apocalíptico): en primer lugar, la conmoción o cataclismo cósmico como signo del fin del mundo presente (cf. Is 13,10; 34,4; Joel 3,3-4), e implica la angustia y falta de aliento para los alejados de Dios; en segundo lugar, la venida en poder del Hijo del Hombre, revestido con la gloria de la resurrección (Parusía, representada desde la visión apocalíptica de Dn 7,13); en tercer lugar, la salvación de los que están unidos a Cristo, mientras todo cae ellos han de levantar la cabeza (cf. Sal 24), pues llega el momento final de la liberación del pecado y la muerte.
Por último, el evangelio concluye con la mirada al presente exhortando a la vigilancia para que no se “embote la mente” con las realidades caducas de este mundo. Hay que mantenerse despiertos con la fuerza de la oración para afrontar la imprevisible llegada del fin. Pablo aclara el camino a seguir (segunda lectura): vivir el amor mutuo, como único camino de santidad para agradar al Dios santo y estar así preparados para la venida final del Señor. De este modo, se nos hace una fuerte invitación a no desaprovechar el tiempo presente, en el que Jesús está viniendo (adviento) continuamente para indicarnos la senda de la vida en el amor (cf. Salmo), tal como lo vivió él en su primera venida, y tal como lo consumará en su venida final.


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