Mons. Asenjo: “En la Eucaristía no veneramos una imagen, sino al mismo Jesús”

Mons. Asenjo: “En la Eucaristía no veneramos una imagen, sino al mismo Jesús”

Homilía pronunciada por el Arzobispo de Sevilla, mons. Juan José Asenjo, en la Eucaristía celebrada en la Catedral al inicio de la procesión del Corpus Christi:

  1. “Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión”. Con estas palabras del salmo 147, con que el pueblo de Israel bendecía a Dios después de librarle del hambre en tiempo de sequía, nos señala la liturgia las actitudes de adoración, gratitud y alabanza con que la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, celebra hoy la solemnidad del Santísimo Corpus Christi, de tanta tradición y esplendor en nuestra catedral, de cuyo fervor por el Sacramento son buena prueba las bellísimas alhajas eucarísticas que atesora, singularmente la impresionante custodia que en el último cuarto del siglo XVI labrara Juan de Arfe y Villafañe, sin duda una de las más ricas y hermosas de toda la Cristiandad. Quiera Dios que hoy como ayer brille en nuestra ciudad la fe en este sacramento, que es fuente y cima de la vida cristiana, y que vivamos las consecuencias que de su celebración consciente se derivan.

 

  1. La Eucaristía es el sacramento de la presencia amorosa de Cristo en medio de nosotros. El Señor está presente en el mundo de múltiples modos: a través de su Palabra, en las comunidades que se reúnen en su nombre, en los ministros que le representan y en cada uno de nuestros hermanos. El Señor está presente también de algún modo en las reliquias de su paso por la tierra, por ejemplo en el fragmento del lignum crucis, que conserva el tesoro de nuestra Catedral en un relicario gótico del siglo XIV. La Eucaristía es, sin embargo, mucho más que una reliquia de la vida histórica del Señor. Es incomparablemente más que una talla o un lienzo que lo representa, tan abundantes y bellos en esta iglesia, madre de todas las iglesias de la Archidiócesis. En la Eucaristía no veneramos una imagen, sino al mismo Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente entre nosotros de manera real, verdadera y sustancial. En ella cumple su promesa de estar “con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En ella se nos hace cercano, amigo y compañero de camino.

 

  1. En la Eucaristía el Señor no es un objeto de museo cuya belleza nos es dada contemplar. Jesucristo está presente en ella con todo el poder y la gloria del resucitado, con todo el dinamismo de su divinidad. Desde su ocultamiento en las especies de pan y vino es el cauce permanente de la efusión del Espíritu en la Iglesia y en el mundo. En esta mañana del Corpus Christi, honramos en nuestras calles esta presencia divina tan cercana y festejamos llenos de gratitud con nuestros cantos a quien ha querido quedarse para siempre entre nosotros en el sacramento de la Cena.

 

  1. En la Eucaristía el Señor está presente corporalmente y tiene derecho a esperar de nosotros una correspondencia proporcionada. Todo lo que somos, incluso nuestra dimensión corporal, debe implicarse en el culto de adoración al Santísimo Sacramento. No nos cansemos de acudir cada día a visitarlo, de doblar las rodillas para adorarlo, de pasar largas horas ante esta presencia estimulante y alentadora, que además abre nuestra vida a una perspectiva de eternidad, porque la Eucaristía es prenda y anticipo de la gloria, en la que estaremos eternamente con el Señor. Que nuestra Catedral, que es conocida en todo el mundo por sus dimensiones magnificas, por su majestuosa belleza y por la magnificencia de su retablo mayor, el más grande y hermoso de la Cristiandad, se distinga también por la devoción y el culto eucarístico. Parafraseando un bello mármol de la Catedral de Chartres, nuestra Catedral no es solamente “splendor et gloria civitatis”, esplendor y gloria de la ciudad, sino sobre todo “splendor et gloria Dei”, esplendor y gloria de Dios, porque esta hermosura deslumbrante ha sido creada, conservada, acrecentada y cuidada con mimo por los Arzobispos, los Cabildos y por los sevillanos de todas las épocas para la gloria y la honra del Señor sacramentado.

 

  1. No dejemos que la perspectiva cultural y el turismo ahoguen o desvirtúen esta finalidad fundamental, la gloria de Dios, fin primigenio y casi único de nuestra Catedral. Que los cientos de visitantes que cada día traspasan sus umbrales, perciban desde el primer momento que han llegado a la casa del Dios vivo y al santuario de su presencia. Que de algún modo se sientan invitados a participar en la mesa del Señor, a saludarlo, visitarlo y adorarlo. A la iniciativa, creatividad y celo del Cabildo confío esta sugerencia para que vea la forma de cohonestar la visita cultural, que por ley debemos facilitar, con el respeto exquisito debido al Señor sacramentado, sin excluir las posibilidades evangelizadoras que están en la raíz de los bienes culturales que nuestra catedral atesora.

 

  1. La Eucaristía es además mesa santa en la que el Señor se convierte en alimento del caminante, viático del peregrino y banquete en el que el Señor nos invita a participar cuando nos dice: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Efectivamente, en la última cena Jesús instituye la Eucaristía también como banquete y alimento. Lo hace después de proclamar el mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles. Con este gesto nos presenta un programa de vida basado en el amor, la entrega a los hermanos, el perdón y el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone una tarea, da también la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor servicial sólo es posible vivirla con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía. Jesús, que se nos entrega en este sacramento, por medio de su Espíritu, infunde en nuestros corazones su propio amor para que hagamos de nuestra vida una donación de amor, para que seamos justos y pacíficos, para que trabajemos por la justicia y por la paz, para que seamos capaces de perdonar, acoger y servir.

 

  1. En la solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el día de Cáritas, el día nacional de la caridad, en este año bajo el lema “Vive la misericordia. Deja tu huella”. Como bien sabéis, queridos hermanos y hermanas, los siete últimos años están siendo especialmente duros para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica de estos años, presentes todavía en nuestros barrios. Los técnicos de Caritas nos dicen que en determinados sectores la pobreza se está cronificando, como nos dicen también que, junto con Rumanía, España está a la cabeza de la pobreza infantil en Europa. Nos señalan también que la emergencia social, que genera tanto dolor, sufrimiento y desesperación no está en absoluto superada. Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros, más que nunca en este Año Jubilar de la Misericordia, signos de misericordia y compasión, signos de fraternidad, un género de vida más austero, por solidaridad con los que nada tienen y para poder compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario.

 

  1. No quiero terminar mi homilía sin recordaros que para acercarnos a este sacramento son necesarias las disposiciones interiores. Nadie puede acceder a él con conciencia cierta de pecado grave. Por ello, en este Año de la Misericordia, con el papa Francisco hemos de recordar a todos que el sacramento de la penitencia, instituido por Jesucristo para el perdón de los pecados, está íntimamente ligado al sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor. Después del bautismo y de la eucaristía no hay sacramento más hermoso, ni de más interés pastoral. Queridos hermanos sacerdotes: comencemos valorando y estimando nosotros este sacramento para que lo valoren los fieles. ¡Cuánto bien hace el Señor a las almas a través de nuestro ministerio en este sacramento, el sacramento de la reconciliación con Dios y con la Iglesia, el sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios!

 

  1. Quiera Dios que en nuestra Catedral y en nuestras parroquias no falten nunca ministros dispuestos a entregarse a este ministerio tan hermoso, sacerdotes deseosos de servir a sus hermanos el perdón y la misericordia de Dios, sacerdotes que se enriquecen y se santifican ejerciendo este ministerio de salvación. Gracias a este sacramento, podemos acercarnos dignamente al sacramento del altar, al que en esta mañana veneramos y honramos en nuestras calles con el culto de nuestras vidas, con nuestras aclamaciones y con nuestros cantos proclamando que Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo redentor. Amén.

 

+ Juan José Asenjo Peregrina, Arzobispo de Sevilla

 


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