UN CONSEJO PARA ESTE AÑO


Una vez vueltos a la normalidad de nuestras vidas, después de haber vivido una intensa y seguro fructífera Navidad, tenemos que retomar y centrarnos en el tema que para este año la iglesia nos propone: La MISERICORDIA. Enero es el mes de los propósitos, seguramente os habéis puesto algunos: perder algún que otro kilo, ir al gimnasio, dejar de fumar, hacer deporte, criticar o quejarte menos… En ocasiones estos propósitos se olvidan pronto, o bien llegan las rebajas y los reducimos al mínimo compromiso.  El Papa, en la bula Misericordia Vultus, propone un interesante consejo para este año que todos deberíamos considerar. Creo que la propuesta  nos vendría bien a todos, aviso que no  es nada fácil, pero sería todo un reto intentarlo. Es una propuesta para valientes, así que estás a tiempo de interrumpir la lectura porque la propuesta es exigente, ¿deseas seguir leyendo?… ¿seguro?

 Dice el Papa lo siguiente:

“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga … para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: « Al final de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor »”. MV15

Creo que ante las palabras del Papa sobran los comentarios. Este año, en septiembre, será canonizada Teresa de Calcuta, ella siempre decía: “ No podemos olvidar que en los más pequeños, en los más necesitados, está el mismo Cristo”. Creo que la centralidad de las obras de misericordia está precisamente en descubrir que en el otro, en nuestro prójimo está el mismo Cristo que nos dice: “ámame, soy yo”.

No tengáis miedo. Siempre unidos.

Adrián Sanabria.

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