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V Domingo del Tiempo Ordinario

pesca-milagrosa-2En aquel tiempo,   la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, estando él de pie junto al lago de Genesaret,  vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».  Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse.  Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido;  y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Comentario bíblico de Álvaro Pereira

Is. 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1Cor  15, 3‑8. 11; Lc 5, 1‑11

Hoy las lecturas nos hablan de las vocaciones de Isaías, Pablo y Pedro. Los tres relatos tienen ciertos rasgos comunes:

Iniciativa divina. En los tres casos, es Dios quien toma la iniciativa. En la solemne visión de Isaías, Dios pregunta «¿a quién enviaré?». En la 1 Corintios, san Pablo reconoce que «por la gracia de Dios soy lo que soy». Por pura gracia Cristo resucitado se le apareció a él, que había perseguido a la Iglesia de Dios. Y en el evangelio, Jesús sube a la barca de Simón, predica desde allí, realiza el milagro de la pesca milagrosa y llama a Pedro. ¡El Señor siempre nos primerea!

Pequeñez humana. En los tres casos, el llamado reconoce que es indigno de la vocación recibida. Isaías exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros». Pablo se reconoce como un aborto, el menor de los apóstoles, indigno de este nombre. Y, lleno de estupor tras la pesca milagrosa, Pedro se arroja a los pies de Jesús y exclama: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador». Con todo, el énfasis de los textos no radica en la culpa de los llamados, sino en la distancia entre la santidad de Dios y la pequeñez humana. Y es que la vocación es siempre una experiencia de gracia inmerecida.

Vocación y misión. La vocación personal no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo e implica una misión eclesial. El Señor llama a Isaías para ser profeta de Israel. Jesús elige a Pedro para ser pescador de hombres. Dios escoge a Pablo para ser apóstol de los gentiles. El llamado es introducido en una comunidad y es enviado a una misión. Así pues, elección, vocación y misión van siempre de la mano.

 


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