XIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

El que no carga con su cruz, no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí

«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Mateo 10, 37‑42

Comentario bíblico de Pablo Díez

2Re 4,8-11.14-16a; Sal 88,2-3.16-17.18-19; Rom 6,3-4.8-11; Mt 10,37-42

El episodio de la sunamita ejemplifica claramente el dicho de Jesús sobre la paga de profeta para quien recibe a un profeta (Mt 10,41). El texto pertenece a un género bíblico bien conocido, la teoxenia. Se trata de un tipo de relato en el que una persona ofrece hospitalidad a un mensajero divino, y recibe, a título de agradecimiento, el don de un hijo. El ejemplo más conocido es el de Abraham y Sara (Gn 18,1-8). En este caso, la sunamita no solo ofrece a su huésped alimento, como Abraham, sino que pone a su disposición una cómoda estancia para hospedarse. El mérito de la mujer, que es rica, reside no tanto en el valor de los dones ofrecidos, como en el hecho de actuar por propia iniciativa. En efecto, ni Eliseo le había pedido nada, ni su marido la había animado a actuar así.

La mueve su convicción de que está ante un hombre de Dios, un profeta. Prueba de ello es el adjetivo “santo”, con el que lo califica, propio de la esfera de lo divino. Pero, la prueba de fuego para ella será aceptar el anuncio del profeta como palabra divina performativa, esto es, que hace lo que dice (Is 55,10-11). Como para otras mujeres del Antiguo Testamento, la amargura que le produce su esterilidad (1Sm 1,7-15) le lleva a plantear una objeción a Eliseo, acusándolo implícitamente de mentirle (2Re 4,16). Pero esto no empaña el valor de su gesto hospitalario, no pierde su paga (Mt 10,42) y, por tanto, acaba siendo beneficiaria de la palabra divina que colmará con el don de la vida su anhelo más profundo.

Orar con la Palabra

  1. Acoger a Dios cuando se le percibe cerca.
  2. Creer la eficacia de la palabra divina.
  3. La vida como premio.

 

 


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