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X Domingo de Tiempo Ordinario (B)

Satanás está perdido

En aquel tiempo, Jesús  llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.

Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?  Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir.  Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».  Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.  La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».  Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?».  Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos.  El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Marcos 3, 20-35

Comentario Bíblico de Pablo Díez

Gn 3, 9-15; Sal 129, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8; 2Cor 4, 13–5, 1; Mc 3, 20-35

La pregunta que Dios plantea a Adán (Gn 3,9) trasciende su significado inmediato ya que: ¿cómo podría el hombre escapar a la mirada divina? Por consiguiente, tiene un valor retórico y encuentra su paralelo en la pregunta a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Va, por tanto, más allá de la ubicación espacial y versa en realidad sobre el posicionamiento del hombre con relación a Dios. El hombre y la mujer por su desobediencia han perdido su “dónde” primigenio, extraviándose en la inconsistencia de su haber querido ser como Dios. La segunda pregunta de Yahvé (Gn 3,11) pone de manifiesto lo corta que se ha quedado la pretensión humana, ya que presupone un conocimiento de su fechoría y de la motivación que hay detrás de ella. Seguidamente, el texto describe la cadena de elusión de responsabilidades, autojustificaciones y divisiones que intrínsecamente produce el pecado en quienes lo han cometido (Gn 3,12-13). El hecho de que Adán responsabilice indirectamente a Dios por haberle dado a la mujer, encuentra su correlato en el pecado contra el Espíritu Santo al que se refiere Jesús (Mc 3,28-29). Al hilo de esto, la pregunta retórica de Sal 129,3 sobre quién resistiría si Dios llevara siempre cuenta del pecado, tiene una clara respuesta: nadie. Pero, dado que Dios está cargado de razón y es siempre inocente, a él le toca el perdón, es asunto y competencia suya (Sal 129,4). Por eso, el hombre pecador depende totalmente del perdón de Dios, y debe acudir a él con humilde reverencia para obtenerlo. La respuesta divina será prometer la victoria sobre el mal a la descendencia de aquella que ha sido vencida por él, en un texto que siempre ha sido leído en clave mesiánica, el protoevangelio (Gn 3,15).

 

Orar con la palabra.

  1. ¿Dónde nos situamos en nuestra relación con Dios?
  2. De la autojustificación a la asunción de la propia culpa.
  3. El retorno reverente a Dios de quien procede el perdón.

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