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VI Domingo de Pascua

Nadie tiene amor más grande

Jesús dijo a sus discípulos:

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.

Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.

No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.

Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.

Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

Juan 15,9-17

 

Comentario de Antonio J. Guerra

Hch 10,25-26.34-35.44-48; Sal 97; 1Jn 4,7-10; Jn 15,9-17

La liturgia de este domingo nos presenta unos textos bellísimos que nos hablan del amor y de Dios, que es amor. El amor procede del Padre celestial y pasa a través del corazón de Jesús, con un claro destino, el corazón del hombre.

La imagen de la vid y los sarmientos que veíamos la semana pasada habla de la necesaria dependencia entre el discípulo hacia su maestro, que tiene como fin irrenunciable el dar fruto. El evangelio continúa el discurso haciendo una llamada a “permanecer” en la vid, que en nuestro texto se trata de permanecer en el amor de Cristo, de no separarse de él bajo ningún concepto. Condición para poder permanecer en su amor es cumplir los mandamientos a ejemplo de lo que Cristo hizo con el Padre. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” significa amar hasta dar la vida por los demás, pues este fue el mandamiento que Jesús recibió del Padre.

Pero no podemos amar como él amó si no tenemos en nosotros su mismo corazón. La Eucaristía tiene la finalidad de poner en nosotros el corazón de Jesús, de modo que éste sea verdaderamente eficaz en nuestra vida y toda ella esté guiada por sus sentimientos generosos.

Dios es el que nos amó primero y removió el gran obstáculo para el amor que se encuentra en nosotros: el pecado. “Dios envió a su Hijo como víctima de propiciación (instrumento de perdón) por nuestros pecados”, haciendo así posible una unión de amor con él.

La invitación del Salmo 97 “cantad al Señor un cántico nuevo” funciona como cántico de esperanza al contemplar la victoria de Jesucristo sobre la muerte ya que ha liberado nuestro corazón de las ataduras del pecado para poder amar como él nos ha amado.

Para la reflexión:

  1. El amor tiene razones que la razón no entiende. ¿Cómo vivo el mandamiento del amor al prójimo?
  2. Dios nos amó primero. ¿Contemplo la muerte de Jesús como expresión del amor que Dios me tiene?
  3. “Que todos sean uno…”. ¿Qué significa para mí la Comunión?

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