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Una Iglesia samaritana

 

Todos nosotros hemos oído hablar alguna vez de la parábola del buen samaritano.

 

Escuchemos tú y yo a Jesús: “bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores, que después de despojarle y golpearle se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. De igual modo un levita que pasaba por aquel sitio, lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y al verle tuvo compasión y acercándose le curó sus heridas y montándole en su propia cabalgadura, le llevo a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios se los dio al posadero y le dijo: cuida de él y si gastas algo más te lo pagaré cuando vuelva”.

 

¿Qué te sugiere a ti esta parábola? Ese hombre golpeado y despojado y semimuerto en el camino, a mi me recuerda a tantos y tantos hombres y mujeres jóvenes, niños y ancianos que en los caminos de la vida son golpeados hoy por la falta de trabajo, por el hambre, por la inseguridad y a tantos despojados de su trabajo, de su propia estima y heridos por la indiferencia, el menosprecio y la humillación.

 

¿Y qué más? Esos dos personajes que salen en la primera parte de la parábola, el sacerdote que al verlo dio un rodeo y lo mismo el levita, me recuerdan a mi a tantos cristianos y no cristianos que al encontrarse con un anciano abandonado, con una madre de familia famélica que pide con manos suplicantes el pan para sus hijos, al verlos dan tambiénun rodeo”, pasan como si no los hubieran visto, pasan sin mirarlos y sin echarles cuenta.

 

En la segunda parte de la parábola todo cambia totalmente, un samaritano que iba por ese mismo camino, al verlo sintió compasión, le curó y le cargó en su propia cabalgadura.

 

Este buen samaritano me recuerda a mí a tantos y tantos samaritanos anónimos, misioneros, madres de familia, especialmente durante el mes de Octubre hemos seguido con admiración y cariño a los buenos samaritanos, Miguel y Manuel, de la Orden de San Juan de Dios, hermana Paciencia, Teresa etc. que arriesgaron sus vidas por servir a los demás.

 

En la segunda parte de la parábola, todo cambió, el samaritano después de curarlo lo cargó en su propia cabalgadura aunque se la manchase. Este buen samaritano de la parábola me recuerda a mí, sobre todo al Hijo de Dios, gran Samaritano de la humanidad que saliendo del Padre compasivo y misericordioso, y viendo la situación de pecado y de heridas de la humanidad no dio un “rodeo” y dejó abandonada a la humanidad en su pecado, sino todo lo contrario, sintió compasión y misericordia, se acercó a todos y cada uno de los hombres por medio de la Encarnación en el vientre de María por obra del Espíritu Santo. Este gran samaritano de toda la humanidad, de todos los tiempos, se acercó tanto al hombre que por amor al hombre él mismo se hizo hombre para salvarnos.

 

El samaritano de la parábola le cargó en su propia cabalgadura pero el Hijo de Dios fue el que cargó sobre si mismo con los pecados de todos y cada uno de los hombres, de tal manera que el profeta Isaías anuncia al Mesías que ya vino en Jesús de Nazaret como un leproso de pies a cabeza, cubierto con la lepra del pecado de todos nosotros y San Pablo nos presenta a Jesús como “hecho pecado”, no pecador.

 

El samaritano de la parábola, pagó con dos denarios para que le cuidasen. El Hijo de Dios también pagó para salvarnos a todos, no con un millón de euros o dos, sino con su propia vida, con su muerte y con su resurrección. Y además, aunque volvió al Padre se quedó con nosotros para siempre, para cuidarnos, para curarnos y perdonarnos convirtiéndose en nuestro acompañante y guía y en comida y en bebida para el mismo camino.

 

Jesús, ya resucitado, envió su Iglesia al mundo para que como iglesia samaritana continuase su obra y su misión salvadora y además para que ella permaneciese en el mundo, como nos decía el Beato Pablo VI, como el “signo opaco y luminoso” de la nueva presencia y permanencia de Jesús, Gran Samaritano, convirtiéndose ella en la Gran Samaritana.

 

Hoy, una Iglesia encerrada en sí misma y en sus problemas y preocupaciones y de espaldas a las preocupaciones y el sufrimiento de los hombres de hoy, sería infiel a su propia razón de ser y su finalidad, y que en vez de hacer presente y como visible a Jesús hoy, Gran Samaritano, lo ocultaría, lo velaría o lo desfiguraría.

 

La Iglesia del Vaticano II es una iglesia samaritana, abierta y preocupada por los problemas, inquietudes y sufrimientos de los hombres de hoy. Una Iglesia que escucha, que dialoga con el mundo, jóvenes y adultos del siglo XXI, una Iglesia que acompaña en el camino, que cuida y cura las heridas de los que sufren, es decir, una Iglesia samaritana que nos está presentando una semana si y otra también el Papa Francisco con sus palabras, actitudes y comportamientos.

 

Tú y yo somos Iglesia, hijos de la Madre Iglesia Samaritana y estamos llamados a ser samaritanos anónimos que no den rodeos, sino que se detienen en el camino, que se acercan, que escuchan y comparten haciendo presente y “como visible” a Jesús hoy.

 

Seguiremos reflexionando.

Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO


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