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Un nuevo 8 de marzo

Como cada 8 de marzo, celebramos el Día Internacional de la Mujer, declarado por la Organización de Naciones Unidas en 1975. Desde su origen, hemos pasado de Día de la Mujer Trabajadora a Día de la Mujer o Día Internacional de la Mujer. El origen está en que el 8 de marzo de 1857, un grupo de trabajadoras textiles decidió salir a las calles de Nueva York para protestar por las míseras condiciones laborales impuestas. Este blog, Iglesia y Ecología, ha cumplido el día 16 de febrero 6 años, y una de las primeras contribuciones al mismo fue precisamente sobre el Día de la Mujer. En los medios figuran dos palabras para recordarnos el 8 de marzo: conmemorar o celebrar. Celebrar, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua, implica llevar a cabo actos públicos o conmemorar un acontecimiento. Debería ser un día sólo de alegría para recordar y reconocer el papel esencial de la mujer en el mundo. Sin embargo, es un día de manifiesta reivindicación por la situación de la mujer en el todo el mundo, evidentemente es unos sitios mucho peor que en otros.

Los Objetivos del Milenio de la Organización de Naciones Unidas del año 2000, en su Objetivo 3 pretendía “Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer”, aspirando a la equidad entre personas e igual trato en empleos o actividades diarias. Entre los otros Objetivos, también hay alguno dedicado en su contenido a la mujer de forma específica, como el Objetivo 5 “Mejorar la salud materna”. Quince años después, vemos como en el mundo los problemas de la mujer no han mejorado, y en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2015 (ODS), con un horizonte para 2030, el Objetivo 5 lleva por título “Alcanzar la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”. Sin embargo, muchos de los otros Objetivos contienen aspiraciones imprescindibles para la  eliminación de cuestiones que afectan a todas las personas y, desgraciadamente, muchas veces más a las mujeres. Sería deseable que  se consigan estos fines antes de 2030 y no haya que esperar a 2045, planteando nuevos deseos por parte de la Organización de Naciones Unidas.

De 2000 a 2015 no hemos mejorado mucho, más bien empeorado, especialmente en determinadas zonas del planeta, esperemos que las buenas intenciones de la ONU cristalicen en un cambio de situación para 2030. Para ello, los políticos de todo el mundo deben tomárselo en serio a todos los niveles, de lo global a lo local, no caben actitudes tibias y contemplativas, impulsando con sus medidas un cambio en el modelo social y económico que favorezca la igualdad y la equidad, por encima de intereses particulares de grupos económicos o financieros, cuya única aspiración es el crecimiento al precio que sea. Nuestra fe cristiana es rica en la defensa de la mujer y sus derechos.

En la Carta Apostólica Mulieris dignitatem La dignidad de la mujer, escrita por San Juan Pablo II en el año 1988, aparecen mensajes muy claros al respecto. La Doctrina Social de la Iglesia también es muy inspiradora al respecto. Ya en el mensaje final, indicado en la Carta referida, del Concilio Vaticano II, convocado en el año 1959 por Juan XXIII y finalizado en 1965 por Pablo VI, se manifiesta que “Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple con plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado”. A pesar del peso que puede tener la Iglesia en el cambio de actitudes, aquí estamos más de cincuenta años después celebrando un 8 de marzo reivindicativo a nivel mundial, pidiendo el reconocimiento de los derechos de igualdad en todos los planos de las mujeres, clamando por el final del sufrimiento que padecen en esta sociedad llena de inequidad hacia ellas.


Jesús de Nazaret nos marcó el camino, y veinte siglos después aquí seguimos. Recomiendo volver a leer, o leer si alguien no lo ha hecho, el capítulo 5 de la citada Carta Apostólica, que lleva por título “Jesucristo”. Se inicia diciendo que las personas contemporáneas con Jesús “se sorprendían de que hablara con una mujer” (Juan 4, 27). Nos recuerda la Carta que recorriendo las páginas del Evangelio pasan ante nuestros ojos un gran número de mujeres de diversa edad y condición. Las mujeres aparecen en el Evangelio en numerosas ocasiones, en las parábolas con las que Jesús de Nazaret explicaba las verdades sobre el reino de Dios. Así, en la Carta aparecen numerosas citas evangélicas. En las enseñanzas de Jesús, que es nuestra inspiración para la vida, y también en su modo de vida, cuestión esencial, no se encuentra nada que refleje la discriminación de la mujer, nos dice San Juan Pablo II. Tenemos que fijarnos, como cristianos, y debería ser modelo para todos, en cada palabra y cada gesto de Jesús hacia la mujer, se nos insiste en la citada Carta.

Evidentemente, la presencia en la calle es imprescindible para cualquier reivindicación popular de derechos; todos lo sabemos. El 8 de marzo de 2020 suscitó un amplio debate acerca de la conveniencia o no de dicha presencia masiva en las calles en el marco de la sindemia (pandemia) generada por la COVID-19. De hecho, seis días después de dicha manifestación en las calles clamando por los pisoteados derechos de las mujeres en el mundo, y también por las mejoras imprescindibles al respecto en España, se nos confinó por 100 días en nuestras casas con consecuencias económicas y sociales, cuyos resultados ya vivimos. Sobre el 8 de marzo de 2021 hay opiniones diferentes al respecto. Unos piensan que sobre todas las cosas hay que estar en la calle y otros que no es momento. ¿Qué hacer?, una de las grandes preguntas de la historia de la humanidad. La reivindicación debe ser contundente y clara, pero ¿cómo llevarla a cabo? Es muy claro que los problemas se visibilizan si se manifiestan masivamente en las calles. ¿Cómo hacer dicha presencia en las calles con la prudencia debida a la sindemia? Una sindemia sufrida de forma especial por las mujeres. Es un problema que hay que resolver a corto plazo. Si se prohíben las manifestaciones del 8 M habría que hacerlo también con cualquier otra, sea por lo que sea; incluidas manifestaciones masivas en espacios interiores. Si no se prohíben, es imprescindible que los organizadores velen por la mayor seguridad para todos y que todos los asistentes sigan de forma escrupulosa las directrices de seguridad que se piden para impedir la transmisión del virus. Compatibilizar la justa reivindicación en este día con la salud pública no es fácil. Para ello, la responsabilidad individual es necesaria, y también la colectiva e institucional.

Hay razones para visualizar el problema de las mujeres en España. El partido responsable del Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030, Unidas Podemos, ha realizado un resumen: un 53% de las personas en paro son mujeres; el 52,3% de las personas en ERTE son mujeres; el 98% de las personas ocupadas en el sector de la limpieza o el empleo doméstico son mujeres; solo un 6,9% de los hombres trabaja a tiempo parcial, pero el 23,5% de las mujeres están en esta situación laboral; en 2018, 56.000 mujeres dejaron sus empleos para poder cuidar a sus hijos e hijas, mientras que solo 8.100 hombres lo hicieron; el 90,93% de las excedencias para cuidar a hijos e hijas las han pedido las mujeres; el 81,26% de las excedencias para cuidar a otro familiar, mayor o dependiente, también son mujeres. Las mujeres sufren más en todas las crisis, guerras y sindemias, porque su implicación con los otros, especialmente los débiles, es muy grande debido a su especial capacidad para el altruismo. Hay motivos suficientes para clamar por esta situación que persiste a lo largo de los años, e incluso puede ir a peor por la sindemia de la COVID-19. Un recuerdo especial aquí para todas esas madres que, solas, cuidan y educan a su hijos e hijas con esfuerzo y generosidad, a veces en las condiciones limitantes que ha generado esta infame crisis económica de la que no hemos salido y otra cruel crisis, económica y social, generada por la COVID-19.  Celebremos este 8 de marzo la esencialidad de las mujeres para la sociedad y para la vida de todos, esposas, compañeras, hijas, amigas; y también reflexionemos por la inequidad que sufren actuando al respecto. Dedico esta contribución, a una persona muy especial que cumple años el Día Internacional de la Mujer, mi hija Teresa, de quien aprendo cada día generosidad, comprensión y amor, compartiendo con ella la esperanza de conseguir un mundo mejor.


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