Solemnidad de la Santísima Trinidad (B)
Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Mateo 28, 16-20
Comentario de Álvaro Pereira
La primera lectura de este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo B) es tomada de una solemne exhortación que Moisés dirige a Israel antes de entrar en la tierra. El pasaje es precioso: Moisés comunica a su pueblo el misterio de la elección divina. El Dios creador, terrible y glorioso, se ha escogido a Israel como posesión suya, sacándolo de Egipto. Por eso, Israel debe reconocer que no hay otro dios fuera del Señor. El pueblo debe observar sus preceptos y mandatos para poseer la tierra y ser feliz. El Salmo canta dicha elección divina haciéndonos repetir: “dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”.
Con Jesucristo, la fe judía en el Dios único es enriquecida y ahondada. Jesucristo no es solo el hombre en plenitud, sino que también es Hijo verdadero de Dios. Dios se revela a partir del evangelio y la experiencia de Cristo como Padre divino. De ahí que los primeros cristianos comenzaran a bautizar a sus hijos, siguiendo las palabras que el Resucitado comunicó a sus discípulos según la versión de san Mateo, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El Dios único es también misterio personal y trinitario.
En la segunda lectura, san Pablo nos enseña que el Espíritu que hemos recibido por el bautismo nos hace gritar: “¡Abba!” (Padre). Es el Espíritu quien da testimonio en nuestro interior y nos hace reconocer nuestra verdadera dignidad: hijos adoptivos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.
En conclusión, la fe en la Santísima Trinidad no es un dogma complicado y abstracto, sino la convicción profunda de sabernos imagen de un Dios fascinante, personal y amoroso: un Dios único, pero no solitario.
Preguntas:
- ¿Te reconoces elegido por Dios? Reflexiona sobre la identidad profunda de nuestro Dios que, si bien es altísimo y trascendente, también es cercano y personal; busca comunicarse con nosotros.
- Según san Pablo, el Espíritu da testimonio en nuestro interior y nos hace clamar “¡Abba!” (Padre). Reconócete habitado por el Espíritu de Dios y deja que Él ore en tu interior.
- La fe trinitaria se nos ha comunicado por el bautismo. Medita sobre tu identidad de bautizado. ¿Conoces la fecha de tu bautismo? Búscale y celébrala cada año como el día en que recibiste la filiación divina.