‘Ser cristianos en el corazón del mundo’- Formación permanente Pueblo de Dios en salida 05

Quinta sesión de la iniciativa de formación de la Delegación diocesana de Apostolado Seglar, que se hace eco del lema del pasado Congreso Nacional de Laicos que fue vivido por todos los que participaron como un renovado pentecostés. Con una periodicidad quincenal, se puede visionar en el canal de youtube de Archisevilla Siempre Adelante

IDEA CENTRAL

“El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc 9, 23-27).

“Porque si evangelizo no es para mi motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!” (1Cor 9,16).

“La renovación en el Espíritu será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia no tanto en la medida que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar testimonio de él” (Catequesis Tradendae 72).

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Papa Francisco, Evangelii Gaudium 1).

NUESTRA FE

Hoy, como siempre, los cristianos tenemos que vivir la fe en su integridad en el corazón del mundo, donde hemos de transmitirla a los demás.  Pero si los cristianos no conocemos bien la fe que profesamos, ¿cómo podemos dar testimonio de ella en el mundo actual? En otras épocas podría ser suficiente el conocimiento y la experiencia de fe recibidas en ambientes configurados por una cultura cristiana. Esto hoy, entre nosotros, ya no es posible. Para que la Iglesia pueda evangelizar hoy en nuestra sociedad, es preciso que haya cristianos sólidamente formados en la fe de la Iglesia y que la vivan en el corazón del mundo.

“El anuncio del Evangelio de la esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe más personal y madura, iluminada y convencida.

Los cristianos, pues, han de tener una fe que les permita enfrentarse críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos; manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia Católica y con los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica; transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia que vivimos” (Ecclesia in Europa, 50).

Para vivir en el corazón del mundo como cristianos necesitamos creyentes que hayan alcanzado y vivido la experiencia profunda de la paternidad de Dios. Cristianos que anuncien a Jesucristo como salvación de los hombres y del mundo. Cristianos que descubran en Él la historia de la liberación humana y la historia de la salvación como una única historia. El cristiano tiene que ser una persona de memoria y esperanza en la promesa de unos cielos y una tierra nuevos, cuyos cumplimientos anhela, anuncia y anticipa.  Empeñándose en la tarea de transformar la sociedad, según el espíritu del Evangelio, y de liberar a los oprimidos, pero no menos comprometidos en su personal conversión y en la edificación de la Iglesia. El cristiano tiene que ser testigo de la acción del Espíritu en la historia, y comprometerse con esa acción y esa historia, a través de la participación en la vida social y política.

“La época que estamos viviendo, con sus propios retos resulta en cierto modo desconcertante. Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumido en este estado de ánimo” (Ecclesia in Europa E7). Pero los cristianos, al contrario, debemos anunciar “la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera del que se encuentra con Jesús” (Evangelii Gaudium 1). Este “encuentro” nos tiene que cambiar la vida y nos lanza a vivirla en medio de nuestra sociedad, sabiendo que “todo lo podemos en Aquél que nos conforta” (Flp 4, 13).

DIALOGAMOS JUNTOS

Mirada creyente

Todos los seres humanos anhelamos una vida plena y llena de felicidad, pero vamos creciendo, madurando, y muchas veces no tenemos claro dónde encontrarla.  Así,  van pasando los años y nos vamos acomodando. Sin embargo, las personas vivimos con la esperanza de encontrarnos con experiencias que nos hagan sentirnos cada vez mejor, de ser más felices. Para los cristianos esta felicidad nos la da Dios y se concreta en Jesucristo. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).

Todos los seres humanos deseamos avanzar en la vida, superar carencias, obstáculos, prejuicios y egoísmos.  Los cristianos además tenemos el deseo de hacer el bien que nos viene de nuestra relación con Dios, porque “Dios es Amor” (Jn 1,1). Como cristianos hemos descubierto que solo Dios saciará nuestros anhelos de paz, de libertad, de amor y de felicidad.  Sabemos bien que “somos peregrinos hacia un destino de plenitud que no encontramos nunca del todo en el mundo” (Deus Caritas Est, 20).

Son muchas las preguntas, que todo ser humano se hace sobre el sentido de la vida. Los cristianos también nos hacemos muchas preguntas, pero sabemos que encontraremos a Dios en el amor, en la libertad, en la verdad, en el perdón, en vivir para los demás sin pensar solamente en nosotros, sin pensar en las cosas materiales que nos roban el corazón. ¿Cómo podemos abrirnos a nuevas experiencias, a nuevos horizontes al servicio de los demás?

Reflexión desde la vida cristiana

Dios ha puesto en  el  corazón  de  cada  persona  unos  deseos  profundos  de  felicidad,  un  deseo intenso de querer vivir en armonía con todos. Como Iglesia se nos abren, en muchos momentos de nuestra vida, nuevas posibilidades para ofrecerla a todos, poniendo como modelo a Jesucristo que es “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6).

Sin duda, las Bienaventuranzas debe ser el carnet de identidad de todo cristiano, en ella se descubren las metas de la existencia humana, el fin último de los  actos  humanos:  Dios  nos  llama  a vivir una vida nueva abierta a los demás, a su servicio. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, como Pueblo de Dios en salida.

A veces puede ser fácil confesarse creyente, pero es difícil entrar en la dinámica del Evangelio. No basta pertenecer a una comunidad. Hay que revertirse de Cristo para entrar en el Reino. Dios no toma represalias contra nadie. Solo se queda fuera el que se niega a entrar. Dios llama a todos, hoy como siempre. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Sin duda, eso es lo que nos diferencia a unos, de otros. Todo el Evangelio es una invitación. Por ello, si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no, esa es la cruda realidad.

Sabemos bien que el centro del mensaje del Evangelio está en que invita a todos, de toda condición y procedencia, sin excluir a nadie. Los cristianos no debemos, por eso, creernos personas especiales, los buenos con derecho a excluir a otros, sino personas que se abren a todos, que buscan el bien de todos, que trabajan a favor de la sociedad, que la transforman con su vida y su palabra.

¿Cuáles  son  los  motivos, los anhelos más  auténticos,  los  que  te  ayudan a ser mejor persona,  los  que  te descubren como cristiano el sentido de la vida?

Un compromiso abierto a los demás

Muchas más veces de las deseadas la vida cristiana queda sepultada por un hedonismo superficial y espurio. Sin duda, la clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo que es aparentemente bueno. El mundo en el que vivimos nos ofrece cosas bellas, pero también mucho sufrimiento causado por nuestro egoísmo. Quizás porque seguimos empeñados en salvarnos solos, sin caer en la cuenta que una salvación que no lleva a la salvación del otro, no es cristiana y, por tanto, tampoco es humana.

A estas alturas, deberíamos de saber que Dios ya nos lo ha dado todo. Por eso, nuestra existencia, nuestra vida es el don más maravilloso, es el primer don que hemos recibido, pero hemos de descubrirlo.  Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. Pero, además, tenemos un problema como creyentes, hacemos poco atractivo el mensaje de Jesús.

Muchas veces no presentamos un cristianismo que ayude al hombre y la mujer de hoy a ser mejores, más felices, a que tengan una vida plena. Sin duda, nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede mirar al mundo con la misma mirada de Dios?

A lo largo de los años son muchas las invitaciones que nos llegan a vivir la vida desde Dios. Sabemos bien que Dios da sentido a nuestra vida, nos hace verdaderamente felices y nos lanza a transformar el mundo y a vivir al servicio de los demás. ¿Cómo concreto en mi vida el paso de Dios? ¿Cómo transformo mi entono, cómo vivo como cristiano en el corazón del mundo?

VÍDEO DE LA SESIÓN DEL FORO PERMANENTE ONLINE

(*) Estos textos están inspirados en el Itinerario de Formación Cristiana de Adultos – Ser cristianos en el corazón del mundo-, de la Conferencia Episcopal Española, publicados por la Editorial EDICE.

Post relacionados