‘Restáuranos, Señor, con tu Misericordia’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

‘Restáuranos, Señor, con tu Misericordia’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de estos días de Cuaresma, la Iglesia nos recuerda un año más la vehemente llamada a la conversión que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel en nombre de Dios: «convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto». Y ¿qué es la conversión? Os respondo tomando un ejemplo del mundo del arte: en el Arzobispado hemos restaurado recientemente un Calvario de Juan de Espinal, el mejor pintor sevillano de la segunda mitad del siglo XVIII. Son tres grandes cuadros que representan a Cristo Crucificado, san Juan y María Magdalena.

Cuando Juan de Espinal terminó estas tres obras, todos las consideraron absolutamente perfectas y hasta fascinantes. Los lienzos estaban tersos, los colores eran nítidos y brillantes. La escena de la crucifixión tenía tal realismo que hasta se percibía el aire del Calvario. El paso de los años, sin embargo, fue deteriorando las obras. La luz, la humedad y el polvo fueron velando los colores, las pinturas se oscurecieron, los lienzos fueron resquebrajándose y perdiendo consistencia e incluso fueron apareciendo desconchones y pérdida de pintura.

Como consecuencia de todo ello, en el año 2015 los cuadros han sido restaurados: los lienzos han sido reentelados para darles solidez. Han sido limpiados, recuperando la primitiva brillantez de los colores. Y han sido reintegrados allí donde se había producido pérdida de pintura. Después de esta tarea han aparecido las obras en todo su esplendor, tal y como salieron de las manos del artista. Los cuadros han sido restaurados, renovados, recreados, convertidos a su primitiva belleza. Restauración, renovación, recreación y conversión son palabras que describen de forma muy adecuada la invitación de la Iglesia a convertirnos en este tiempo santo que es la Cuaresma.

Como los cuadros de Espinal, después de nuestro bautismo, nosotros fuimos una obra perfecta salida de las manos de Dios. En él fuimos incorporados a Cristo, unidos a Él, recibimos la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios, partícipes de su naturaleza divina y miembros de su familia.

Muy probablemente, sin embargo, ese cuadro ideal se ha ido deteriorando en nosotros con el paso del tiempo. En nuestra vida de adultos, nuestra alma ha ido perdiendo su belleza originaria, su primitiva tersura y perfección. Los vivos colores diseñados por Dios se han ido velando como consecuencia de nuestras imperfecciones y de nuestros pecados personales.

Por todo ello, nuestra Madre la Iglesia, sitúa cada año en el corazón del año litúrgico el tiempo de Cuaresma, un tiempo en el que nos invita a la renovación, a la conversión, a la restauración de nuestra vida cristiana. «Restáuranos, Señor, con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas». Esta es la oración con que hemos iniciado la Eucaristía de este domingo de la tercera semana de Cuaresma y ésta debería ser también nuestra petición al Señor a lo largo de esta semana: Restáuranos, Señor, con tu misericordia. Conviértenos a Ti, Señor, Salvador nuestro. Crea en nosotros un corazón nuevo.

 Nuestra conversión debe comenzar por el corazón, sede de los sentimientos y de los afectos, de la bondad y la maldad, que después rebosan y se manifiestan en nuestra boca y en nuestras obras. Por ello, el Señor nos llama a la conversión del corazón, a rasgar los corazones y no las vestiduras. No se trata, pues, de un aderezo, de un cambio superficial,  sino de penetrar con hondura y verdad en lo más recóndito de nuestro corazón, con la sinceridad y la verdad, para descubrir nuestras miserias, esclavitudes, apegos y claudicaciones, el egoísmo insolidario, la envidia, la impureza, la tibieza y la resistencia sorda y pertinaz a la gracia de Dios, es decir, la triste realidad del pecado en nosotros, que probablemente no es fruto de la maldad sino de la cobardía y de la falta de generosidad.

«Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de salvación». Estas palabras de san Pablo a los corintios resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite dilaciones, apatías o excusas. No podemos malbaratar este momento, que es una ocasión única e irrepetible. El Apóstol nos da como razón que no podemos despreciar el sacrificio redentor de Cristo, en el que ha cargado con el pecado de los hombres. «Dios lo ha hecho expiación por nuestros pecados». Jesús, el inocente, el Santo, «que no había pecado» (2 Cor 5,21), cargó con el peso del pecado aceptando la muerte y una muerte de cruz por toda la humanidad.

Iniciamos confiados y alegres el ecuador de la Cuaresma. Escuchemos al apóstol san Pablo que nos pide que no echemos en saco roto la gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Que ninguno de nosotros sea sordo a la llamada a «retornar a Dios con todo el corazón».

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina 

  Arzobispo de Sevilla


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