Reflexión del Arzobispo de Sevilla en el Viacrucis de las Hermandades y Cofradías 2022

Reflexión del Arzobispo de Sevilla en el Viacrucis de las Hermandades y Cofradías 2022

Sevilla, lunes 7 de marzo de 2022 (Primer lunes de Cuaresma)

Queridos hermanos:

Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios nos han ayudado a adentrarnos en el misterio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas imágenes y el marco de nuestra Catedral. Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia, la belleza es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón. Así lo, encontramos también en las vidas de los santos, como  Santa Teresa de Jesús, al contemplar una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).

Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos hemos de preguntar qué hemos hecho hasta ahora por Cristo y qué haremos nosotros por él a partir de ahora. Hemos de dar la vida por Cristo y por los hermanos. La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del ser humano y sus problemas. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).

Queridos hermanos, que el amor de Cristo por nosotros aumente nuestra alegría y nos aliente a estar cerca de los menos favorecidos. No pasemos de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios espera que entreguemos lo mejor de nosotros. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación. «Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (ibid.).

Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo, colgado en el árbol de la Cruz, y pidámosle que nos enseñe esta sabiduría misteriosa de la cruz, vida y salvación nuestra. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos la expresión del amor más grande y aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace.

Volvamos ahora nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la vida, en particular cuando pasemos por la noche del dolor, para que alcancemos a mantenernos como Ella firmes al pie de la cruz.

Si hubiéramos estado allí, en las calles de Jerusalén, quizás hubiéramos huido, quizá hubiéramos defendido a Jesús, quizá le hubiéramos ayudado a llevar la cruz como Simón de Cirene. Que este ejercicio piadoso del Viacrucis nos impulse a vivir más unidos al Señor, buscando su voluntad, recibiendo su gracia, como amigos suyos, como sarmientos unidos a la vida. Que este viacrucis nos impulse a ayudar a Jesús siendo sus cireneos en el momento presente. Como en la parábola del Juicio Final, podemos preguntar al Señor: ¿Cuándo te dimos de comer y de beber, cuándo te hospedamos, te vestimos y te fuimos a ver preso o enfermo? Y él nos responde: Cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo. Él está presente en los pobres, en los enfermos, en los presos, en las personas sin hogar; ahora,  está presente especialmente en nuestros hermanos de Ucrania. Ya que están pasando un viacrucis tan doloroso, que no les falte nuestra ayuda de nuevos cireneos. Así sea.


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