Monseñor Asenjo pide que sacudamos nuestra indiferencia “ante el sufrimiento y la muerte de nuestros hermanos inmigrantes”

Monseñor Asenjo pide que sacudamos nuestra indiferencia “ante el sufrimiento y la muerte de nuestros hermanos inmigrantes”

La Cruz de Lampedusa ha abandonado la Archidiócesis de Sevilla después de dos semanas en las que ha recorrido parroquias, hermandades, centros de enseñanza y movimientos apostólicos de la Archidiócesis. El acto de despedida de la Cruz ha tenido lugar en la parroquia sevillana de Santa Cruz, y ha sido presidido por el Arzobispo, monseñor Juan José Asenjo.

Monseñor Asenjo dio las gracias a Dios por “por todo el bien que ha hecho entre nosotros esta visita, despertándonos de nuestra somnolencia y sacudiendo nuestra indiferencia ante el sufrimiento y la muerte de nuestros hermanos inmigrantes”. El Arzobispo recordó que esta Cruz, construida con maderas procedentes de barcas naufragadas en la isla de Lampedusa, es una iniciativa del papa Francisco, que nos conminó a “no seguir viviendo anestesiados ante el dolor ajeno”.

En el curso de su alocución, el Arzobispo hizo hincapié en el hecho de que “a pesar de las declaraciones altisonantes ante los féretros, no ha habido cambios en la política europea de inmigración”. Así, “sigue habiendo personas que mueren cada día a escasos kilómetros de nuestras casas, en el Estrecho, en Ceuta y Melilla, en las costas de Canarias o en el intento de atravesar el desierto”. “Como discípulos y seguidores de Jesús, podemos y debemos exigir a quienes diseñan estas políticas que pongan como centro al ser humano, por encima de cualquier requisito administrativo, intereses económicos o miedos a la diferencia”, añadió.

“El propio Jesucristo fue emigrante”

La actitud de acogida y servicio debe ser la que califique nuestra actitud como cristianos ante el drama de la inmigración. Esta fue una de las conclusiones de monseñor Asenjo, que recordó que el propio Jesucristo fue emigrante. “Y es que Jesús se identifica misteriosamente con nuestros hermanos más pobres; de manera que cualquier gesto de amor, de acogida, de ayuda o de servicio, lo mismo que cualquier gesto de desprecio o rechazo contra nuestros hermanos no es como si se lo hiciéramos al Señor, es que se lo hacemos al Señor mismo”, apostilló.

Más adelante recordó que el magisterio de la Iglesia es “muy exigente en la defensa de la dignidad y derechos de los emigrantes”, y que subraya con gran fuerza “el deber de las sociedades desarrolladas de acoger y atender a las personas desplazadas”. “En consecuencia –añadió-, por fidelidad al Señor, los cristianos tenemos la obligación de considerar el fenómeno de la inmigración desde una visión iluminada por la fe, abierta y humanitaria”. Al respecto subrayó, el derecho que asiste a los emigrantes de “buscar aquí honradamente los medios de vida”. Igualmente, “nosotros, que también fuimos emigrantes, tenemos obligación de ayudarles, acogerles y tratarles de acuerdo con su dignidad de personas, hijos de Dios y hermanos nuestros. Abrámosles, pues, las puertas de nuestro corazón y salgamos a su encuentro”, resumió.

Al final del acto agradeció la labor que desarrollan la Delegación Diocesana de Migraciones y Caritas, que “están haciendo un esfuerzo bien programado y sistemático para ayudar a los inmigrantes, acogiéndolos, protegiéndolos, promoviendo su desarrollo e integrándolos en nuestra sociedad”. Además de la ayuda material, el Arzobispo de Sevilla destacó la necesidad de procurarles la acogida en nuestras comunidades:También ellos necesitan a Jesucristo, único salvador y redentor, pues como nos dijera la Beata Teresa de Calcuta no hay mayor pobreza que no conocer ni amar a Jesucristo. Por otra parte, ellos rejuvenecen nuestras comunidades y nos evangelizan con su fe sencilla y fervorosa, como he comprobado con gozo en mis visitas a las parroquias”, concluyó.

 


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