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Llamados a la conversión

 

Estamos celebrando la Cuaresma que es tiempo, especialmente de oración, de ayuno y de conversión como preparación y camino hacia la Pascua.

 

Desde el miércoles de ceniza la Iglesia, a través de la Liturgia, nos está haciendo una llamada continua y permanente a la conversión, recordando sobre todo las palabras de los profetas y del mismo Cristo que tienen hoy una gran actualidad.

 

El Profeta Joel nos anuncia: “dice el Señor Todopoderoso: convertíos a mí de todo corazón…. Rasgad los corazones, no las vestiduras. Convertíos al Señor Dios nuestro porque es compasivo y misericordioso”. A través del Profeta Isaías el Señor nos dice: “lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones; cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien, defended al huérfano, a la viuda y al extranjero”; es decir a los más débiles y excluidos de aquel tiempo.

El mismo Señor nos dice a través de Isaías: “mirad, el ayuno que yo quiero es este: partid tu pan con el hambriento, hospedar al pobre sin techo, vestir al que va desnudo” y Jesús al empezar su predicación nos dice: “convertíos y creed en el evangelio” (Marcos 1, 14-15). Esta llamada no es solamente para los "malos" sino también para los “buenos”, para los que creemos que ya estamos convertidos pues todos estamos necesitados de una mayor conversión y un cambio más profundo y sincero de nuestra cabeza y de nuestro corazón; unos con un cambio del pecado a la gracia, otros de la tibieza a la entrega generosa o de las medias tintas a una autenticidad.

 

Pero una conversión ¿a qué? o ¿a quién? La respuesta es una conversión a Jesucristo, ya que como dice San Pablo en la carta a los romanos: “nosotros como hijos de Dios estamos llamados a reproducir en nosotros la imagen de su Hijo, el Primogénito entre muchos hermanos” (romanos 8, 29-30). Pero para reproducir en nosotros la imagen de Jesucristo tenemos que cambiar mucho nuestros criterios, nuestros sentimientos, nuestras actitudes y nuestros comportamientos.

 

Y ¿cómo hacerlo? Contrastando nuestra vida con la vida de Jesús, nuestros criterios y sentimientos con los criterios y sentimientos de Jesús, reflejados en el evangelio. El evangelio está plagado de contrastes entre la manera de pensar y de obrar de Jesús y de sus discípulos.

 

Cuando Jesús les pregunta no solamente quien dice la gente qué es Él, sino también qué dicen ellos mismos de El. Pedro se adelanta a todos y dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16). Jesús le alaba pero a continuación les anuncia a sus discípulos su pasión, su muerte y su resurrección. Pedro lleva a Jesús a parte y le dice: “ni hablar de eso, eso no puede ocurrir” y Jesús le dice a Pedro: “Apártate de mi Satanás que tu no piensas como Dios sino como los hombres”. Qué distinto era el Mesías y el Reino que Pedro tenía en su cabeza del verdadero Mesías que nos iba a salvar con la cruz, con su muerte y su resurrección. Cuantas veces Jesús podría decirnos a ti y a mi lo mismo: “tu no piensas cómo Dios sino como los hombres”; reflexiona un poco y verás.

 

Ante una muchedumbre hambrienta que le seguía prendida de su persona y de su mensaje, los discípulos aconsejan a Jesús a que les despidiera a todos y que cada uno se buscase la vida; es decir, quieren quitarse el problema de encima y dar la solución más fácil y descomprometida. En cambio Jesús siente compasión y se hace solidario de su situación y les manda traer lo poco que tengan, cinco panes y dos peces para compartirlos.

 

Que actitudes tan distintas, que comportamientos tan distintos los de Jesús y los de sus discípulos de entonces. Y hoy, ¿qué pasa? Hoy tenemos ante nosotros una multitud de hermanos que no tienen trabajo, que tienen hambre, familias enteras sufriendo toda clase de carencias que están necesitando de nuestra ayuda.

 

¿Cuál es nuestra actitud y nuestro comportamiento hoy?, ¿mirad para otro lado, oídos sordos, indiferencia o solidaridad? Nosotros no podemos hacer milagros pero si podemos aportar nuestros “cinco panes y dos peces”; es decir, todo lo que podamos.

 

Cuando Jesús va hacia Jericó, un ciego estaba sentado en el camino y cuando se acerca la comitiva se pone a gritar: “Jesús ten compasión de mi”. Los discípulos le dicen: “cállate, no molestes”. Y en cambio Jesús se acerca, le pregunta qué desea y le cura. ¡Qué actitudes tan distintas! ¿Y las tuyas y las mías? ¿Cómo son hoy?

 

Ante los leprosos que eran los marginados, los excluidos de la sociedad de entonces y nadie se acercaba a ellos, Jesús se acerca, les toca con su mano y les cura. ¡Qué contraste! Los publicanos y los pecadores recibían por parte de la mayoría el rechazo, el desprecio; Jesús en cambio se acerca a la mesa de Leví y le llama para que le siga y sea discípulo suyo. Jesús les dirá: “Yo no he venido a curar a los sanos sino a los enfermos y pecadores. ¡Qué comportamientos tan distintos! ¿Y los tuyos y los míos hoy cómo son?

 

Hemos ido contrastando la vida de Jesús, sus criterios, sus sentimientos, sus actitudes y comportamientos con los nuestros y acabamos de ver la necesidad de ir conformando y configurando nuestra vida con la vida de Jesús hasta llegar a reproducir en nosotros la imagen del mismo Jesús para poder celebrar la Pascua con verdad, gozo y alegría.

 

¿Verdad que tu y yo estamos necesitando un cambio, una conversión profunda para hacer la voluntad del Padre como Jesús?; pero todo esto no se ve con los ojos de la cara sino a la luz de la Palabra de Dios en la oración, por eso necesitamos escuchar a Dios, sobre todo en este tiempo. Y no podemos realizarlo nosotros solos. Necesitamos la fuerza de Dios sobre todo por medio de los Sacramentos, de la Reconciliación y de la Eucaristía.  

 

 Seguiremos reflexionando.

Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO

 

 


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