‘Las virtudes cristianas en una sociedad multicultural’- Formación permanente Pueblo de Dios en salida 13

Décimotercera sesión de la iniciativa de formación de la Delegación diocesana de Apostolado Seglar, que se hace eco del lema del pasado Congreso Nacional de Laicos que fue vivido por todos los que participaron como un renovado pentecostés. Con una periodicidad quincenal, se puede visionar en el canal de youtube de Archisevilla Siempre Adelante

 IDEA CENTRAL

“Si alguien ama la justicia, las virtudes son fruto de sus afanes, pues ella enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza; para los hombres no hay nada en la vida más útil que esto” (Sab 8, 7).

“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (Mt 14, 27).

“El hombre cauto medita sus pasos” (Prov 14,15).

NUESTRA FE

La palabra virtud no es un término que esté de moda en nuestro vocabulario y no se suele oír a menudo que una persona sea o no virtuosa.  Sin duda, la virtud indica que una persona ha adquirido con esfuerzo un hábito con la que hace algo que es bueno; pero no solo bueno para sí, sino también bueno para los demás.

La persona que en una situación conflictiva es capaz de mantener la calma y actuar sin dejarse arrastrar por el primer impulso decimos que es una persona paciente, capaz de mantener el control y de no alentar el conflicto. Sin embargo, las virtudes no se deben confundir con las cualidades que una persona posee. Lo específico de las virtudes humanas es que son adquiridas con esfuerzo, que debe de ser constante y sostenido en el tiempo. La experiencia nos dice que estamos en una constante lucha, como lo expresa San Pablo: “pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo” (Rom 7, 19).

El Catecismo de la Iglesia Católica define la virtud como una “disposición habitual y firme de hacer el bien” (CCE, n.1803). Una definición que recoge como elementos la voluntad y el hábito. La adquisición de una virtud tiene un componente artesanal en el que el tiempo, la constancia y el aprender de los errores cometidos son aspectos esenciales. Los Diez Mandamientos nos ayudan a discernir sobre la bondad de nuestras acciones y en la adquisición de las virtudes. Nos indican los límites que no debemos sobrepasar, la virtud siempre tiende a no sobrepasar los límites, a controlar el instinto o el impulso que nos lleva a hacer o decir algo que no debemos hacer, utilizando para ello la razón. Complementario a esto está el componente activo, la virtud siempre nos lleva a hacer algo bueno, a dar la vida por el otro. Las virtudes regulan, ordenan y guían los actos, las pasiones y nuestras conductas para que sean virtuosas.

Entre las virtudes humanas, las cardinales son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La virtud no es algo abstracto, distanciado de la vida, sino que, tiene raíces profundas en la vida misma, brota de ella y la configura, que nos lleva a ser hombres y mujeres prudentes, justos, valientes y equilibrados. Todas ellas están relacionadas entre sí, fluyen y se comunican entre sí.

DIALOGAMOS JUNTOS

Mirada creyente

Todo el edificio espiritual de cada persona gira entorno a las virtudes cardinales. Pero nuestra época y cultura son más proclives a ensalzar el placer, el bienestar, la autosatisfacción…, que a valorar en toda su integridad la dimensión espiritual del ser humano. Por ello, no esta de más hablar de virtudes como la templanza, la prudencia, la fortaleza y la justicia. Y sin embargo una mirada serena al panorama que ofrecen nuestras sociedades del bienestar nos hace caer en la cuenta de que arrinconar o menospreciar estas virtudes no favorece que la vida sea mejor, sobre todo para los más débiles.

El ninguneo de las virtudes cardinales, está en la raíz de tantos sufrimientos relacionados con el respeto a la vida. De una forma especial puede vislumbrarse la importancia de la virtud de la templanza en lo que se refiere a unos modos de comportamiento típicos de nuestro tiempo como son el consumismo y el hedonismo: gozar al máximo o “pasarlo bien”, como expresión aceptada sin escándalo, y consumir mucho más de lo que necesitamos, buscando en ello la felicidad.

La lucha contra la injusticia, que requiere mucha fortaleza es una de las actitudes más notables que han aparecido en la historia humana. Pero corremos el riesgo de primar más el activismo social, que la conversión personal. Quizá tampoco es frecuente percibir esta lucha como un aspecto importante de la vocación cristiana a la santidad. La prudencia, por otro lado, nos lanza a actuar buscando lo que es bueno y justo, lo que Dios quiere en cada situación, sin cálculos más o menos interesados y egoístas.

En este punto, tendríamos que preguntarnos ¿Cuáles son las consecuencias provocadas en nuestros ambientes por el consumismo y el hedonismo? ¿Miramos hacia otro lado antes las injusticias concretas que se perciben cada día en nuestro entorno más cercano?

Reflexión desde la vida cristiana

Las virtudes cardinales están relacionadas las unas con las otras: prudencia, templanza, fortaleza y justicia. Por ejemplo, en relación con la justicia, ésta por sí sola no es suficiente, debe ir acompañada también de las otras virtudes, especialmente las virtudes cardinales, las que actúan como bisagras: prudencia, fortaleza y templanza. La prudencia, nos da la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso y nos permite atribuir a cada uno lo suyo. La templanza como elemento de moderación y equilibrio en la evaluación de hechos y situaciones nos hace libres para decidir según nuestra conciencia. La fortaleza nos permite superar las dificultades que encontramos, resistiendo las presiones y las pasiones. La tarea de juzgar requiere no sólo preparación y equilibrio, sino también pasión por la justicia y conciencia de las grandes y obedientes responsabilidades (Papa Francisco 17.02.2020. Discurso ante el Tribunal de la Ciudad del Vaticano).

Por tanto, todas las virtudes están las unas en las otras, por ejemplo, con la prudencia conocemos la realidad que nos rodea en todas sus dimensiones, discernimos lo que se debe hacer o evitar para conseguir el bien, y para llevar a cabo una acción buena y oportuna. Por eso, hay que pedir al Espíritu Santo ser capaces de actuar en todo momento de acuerdo con la voluntad de Dios.

Hemos de tener presente para avanzar, la llamada de Cristo a no tener miedo, a ser fuertes, como nos pide san Pablo:

“Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10).

¿Cómo hemos de valorar los principales aspectos de las virtudes cardinales para aplicarlos a nuestra vida? ¿Qué vemos de positivo en nuestras comunidades cristianas en relación con estas virtudes y qué carencias percibimos?

¿Cómo contribuyen las virtudes cardinales a configurar nuestro modo de vida y a reforzar el impacto evangelizador en nuestros ambientes, tanto a nivel individual como de nuestras comunidades? ¿Buscamos el modo de afrontar las causas que provocan las injusticias o lo dejamos todo en lamentos, indiferencia o en ayudas puntuales?

Un compromiso abierto a los demás

Con estas palabras describe san Juan Pablo II, en los inicios de su pontificado (15.07.1978), el testimonio de su predecesor Juan Pablo I respecto a las virtudes cristianas:

 “El papa Juan Pablo I, hablando desde el balcón de la basílica de San Pedro al día siguiente de su elección, recordó, entre otras cosas, que en el cónclave del día 26 de agosto, cuando se veía ya claro que iba a ser elegido el precisamente, los cardenales que estaban a su lado le susurraron al oído: “¡Ánimo!”. Probablemente esta palabra la necesitaba en ese momento y se le quedó grabada en el corazón, puesto que la recordó enseguida al día siguiente. Juan Pablo I me perdonará si ahora utilizo esta confidencia”, relacionada con una de las virtudes cardinales la fortaleza.

“Permitidme que traiga vuestra atención hacia… un ejemplo: Un hombre al que se le promete la libertad y hasta una buena carrera, a condición de que reniegue de sus principios o apruebe algo contra su honradez hacia los demás. Y contesta -no-, incluso a pesar de las amenazas de una parte y los halagos de la otra. He aquí un hombre valiente”.

Pues bien, después de reflexionar sobre las virtudes cardinales, ¿pienso que debo adoptar otra actitud ante las mismas? ¿Qué cambios vamos a poner en práctica en nuestra vida personal, familiar, laboral y social? ¿Qué podemos hacer para difundir un mayor aprecio por las virtudes cardinales en nuestra sociedad?

VÍDEO DE LA SESIÓN DEL FORO PERMANENTE ONLINE

(*) Estos textos están inspirados en el Itinerario de Formación Cristiana de Adultos – Ser cristianos en el corazón del mundo-, de la Conferencia Episcopal Española, publicados por la Editorial EDICE.