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LA PUERTA QUE NUNCA SE CIERRA

Entre este jueves y este domingo, en toda nuestra Archidiócesis de Sevilla y en toda la Iglesia Universal adoraremos a Cristo en su presencia real y eucarística. Es la solemnidad del Corpus Christi. Ya sea con la gran custodia de Arfe o con el más sencillo ostensorio de la parroquia de un poblado, ante los ojos de la fe brillará la divina majestad del Señor que quiso quedarse con nosotros en el Pan de la Vida. Él está siempre en el Sagrario, esperándonos cada día. No es sólo ahora cuando Dios está cercano.

 

Todos conocemos lugares donde se nos dice que siempre es Semana Santa, ¿verdad? Se ve por su decoración (fotografías o cuadros de nazarenos, llamadores y objetos afines, a veces con gusto mejorable), o en el televisor donde se proyecta en sesión continua las mejores entradas en Campana. Por cierto, a mí el detalle que siempre me ha gustado más es esa pizarra donde se van descontando los días que faltan para el Domingo de Ramos.

 

Pues en Sevilla y en cada pueblo hay lugares donde siempre es Corpus Christi, aunque no se queme incienso ni se hable del exorno que este año llevó el paso de las Santas Justa y Rufina. Allí no se ponen vídeos de las mejores chicotás de San Leandro, no. La fiesta del Corpus es el día de la Caridad, porque la presencia de Cristo es amor y entrega sin medida. Una llamada permanente al amor al prójimo, como el Señor nos enseña en el evangelio. Hay lugares donde siempre es Corpus porque siempre se habla y se hace caridad. Lugares donde la puerta nunca se cierra, aunque otras sí se hayan cerrado. Los reconocerás porque en la puerta colocan un símbolo que nos evoca el corazón como lugar donde habita el Espíritu Santo y es sagrario de la propia conciencia. Más bien son cuatro corazones que confluyen en un punto, y al confluir forman una cruz. Un lugar que hay en cada parroquia de la Archidiócesis. Se llama Cáritas. Y, claro, el día del Corpus es su día.

 

Conocemos de sobra la labor que hace Cáritas, por ejemplo a través de las cifras de lo que hace con lo que se le aporta, modelo de transparencia en sintonía con la transparencia que la Iglesia tiene en todo la relativo a la economía. A través de las cifras  ponen esperanza a los sombríos números de la pobreza (y cada número es una familia que sufre). Pero quiero desde aquí manifestar mi admiración y reconocimiento a la callada y fundamental labor de los voluntarios (en mayor número son voluntarias, en honor a la verdad). Ellos hacen posible el milagro que Cáritas realiza, multiplicando los panes y los peces por la bendición de Jesucristo. Los voluntarios hacen de todo: te ayudan a conseguir una subvención, te orientan en la búsqueda de un empleo, te enseñan a administrar mejor lo poco que entre en casa, hasta a comer tres días con imaginación aprovechando un puchero. Gastan su tiempo, quitándolo a la familia o al ocio. Y guardan secreto de confesión de a quién atienden, porque es duro pedir y en el pueblo nos conocemos todos. Pero sobre todo hacen dos cosas: escuchar y dialogar.

 

Escuchan, ante todo, al Señor en su oración. Porque la caridad de Cristo les impulsa, como ya decía San Pablo. Éste es el motor de los voluntarios y no otro. Por la Eucaristía, los que tienen hambre y sed de justicia son saciados y son bienaventurados, y buscan que otros también lo sean. Y los voluntarios escuchan mucho, muchísimo, a las personas que demandan ayuda o visitan en sus hogares. De hecho, es la escucha lo que emplea más tiempo, con diferencia, en el voluntariado.

 

Y dialogar, porque la historia de la salvación es diálogo. El Padre nos entrega a su Verbo para decírnoslo todo. Y nos da el Espíritu para clamarle: ¡Abba! (¡Padre!). El voluntario de Cáritas, en su vida sacramental y en su formación, ha de hablar mucho con el Señor para poder así hablar y dar razones de su esperanza a los pobres, y así sostener en ellos la esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva que la Iglesia está ya construyendo aquí y ahora para que se haga plenitud en el fin de los tiempos.

 

Los voluntarios de Cáritas no buscan ningún reconocimiento ni recompensa alguna a cambio. Yo propongo que les paguemos con una oración por ellos cuando este jueves o domingo, Jesús Sacramentado pase delante de nosotros. Y con el donativo que podamos, acompañado de una sonrisa, cuando en la Santa Misa se acerquen a nosotros en el momento de la colecta, con las bolsas rojas que simbolizan la comunión de bienes entre todos los que formamos la parroquia, que es la casa de todos a la que Jesucristo nos invita.

 

Nos preguntamos cómo y por qué llegó esta tremenda crisis económica. Yo prefiero buscar los modos para conseguir que nunca vuelva a producirse, y creo que una manera eficaz es llevar a la vida práctica de cada uno el lema de Cáritas: “Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”.

 

Marcelino Manzano.

(Twitter: @Marce_Manzano)

 


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