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La enfermedad más víctimas

 

La enfermedad que está causando más victimas hoy no es el cáncer o las enfermedades cardiovasculares, como creen muchos.

 

La enfermedad más extendida en nuestro mundo de hoy, sobre todo en las sociedades del bienestar, la enfermedad más profunda que afecta a lo más profundo del ser humano, la enfermedad que produce más victimas hoy es el desamor, es decir, la falta de amor, de cariño y de ternura, la falta de cercanía, de reconocimiento, de solidaridad, la indiferencia.

 

Una de las consecuencias de todo esto es la soledad, la fría soledad que es hija de la fría indiferencia paralizante y que abunda hoy como los hongos.

 

Si la indiferencia es la madre de la cruel soledad, el padre es el egoísmo, el egocentrismo, el culto al individualismo, la falta de solidaridad con el otro. Otro factor importante de este fenómeno son los cambios continuos y rápidos de todo tipo, económico, político, cultural y religioso.

 

Y ¿cuáles son las victimas más frecuentes del desamor y del egoísmo? Los esposos, que con mucha frecuencia convierten el matrimonio en dos soledades en compañía, en una sociedad limitada de egoísmos, o en una coexistencia más o menos pacífica cuando en realidad el matrimonio, como dice el Concilio Vaticano II, debe de ser una “íntima comunidadde vida y de amor. Con frecuencia no hay un verdadero dialogo y hay demasiados silencios que saben a soledad.

 

También la soledad a veces entre los padres y los hijos, sobre todo en la adolescencia, por los grandes cambios que se dan en ellos mismos, por sus desorientaciones, sus inseguridades, están necesitando la cercanía, la comprensión, el apoyo y cuando no lo encuentran en sus padres se refugian en los amigos que se hacen sus confidentes distanciándose de sus padres. Hay soledades de los padres y de los hijos. Están pidiendo un escuchar más para comprender mejor y orientar más y mejor.

 

Otra víctima del desamor, del cariño y de la ternura son los abuelos a los que alude con frecuencia el Papa Francisco.

 

Hace cincuenta o sesenta años, los abuelos eran muy respetados y se les tenía en mucha consideración. Ellos eran una fuente de información, una fuente de sabiduría y de experiencia. Entonces se tenía muy en cuenta su opinión. 

 

Hoy es todo lo contrario; en las últimas décadas ha habido muchos cambios de todo tipo como acabamos de decir, pero en el campo de la comunicación los descubrimientos, los avances han sido y están siendo verdaderamente espectaculares: Internet, nuevas redes sociales, móviles de última generación, con capacidades sin límites. Una maravilla.

 

Pero ¿Qué tiene que ver esto con la soledad de los abuelos? Muchísimo. Con la soledad de los abuelos y de muchos que no son abuelos.

 

Hoy, un niño con ocho o diez años, tiene más conocimiento de éstos nuevos medios de comunicación y de su nuevo lenguaje que el abuelo y, a veces, que otros que no son abuelos.

 

El niño hoy dice con frecuencia: el abuelo “no entiende”, “no sabe”, “está desfasado”, “está pasado”. Esto influye enormemente en el aislamiento, en la no consideración y no respeto del abuelo que está en “otro mundo”.

 

En una sociedad como la nuestra invadida por las nuevas tecnologías de comunicación, hay mucha incomunicación y mucho desconocimiento.

 

En una reunión de padres, hijos y abuelos nos encontramos que allí hay como tres subculturas, es decir, tres maneras de pensar, de escala de valores y de pensamientos. Por eso hoy hay tantos ancianos que ya no cuentan, se sienten aislados, solos, un poco o un mucho abandonados. Hay demasiados ancianos que ellos mismos se sienten como una “carga”, “un estorbo” para sus propios hijos, no tienen quien les hablen, quien les escuchen y viven en su fría soledad.

 

Otro grupo social que experimenta la cruel soledad son los emigrantes por la ausencia y lejanía de sus seres queridos, por un idioma distinto, una cultura distinta y otros valores distintos y a veces sus complejos de inferioridad y sus dificultades para la comunicación.  

 

No olvidemos que la persona humana no puede vivir sin amar y ser amado porque Dios los hizo así; por amor y para amar y ser amado. Por eso hoy hay tantas personas que al ser víctimas del desamor y la soledad buscan sus sucedáneos.

 

Cada día hay más personas, muchos millones, no creo que exagere, que tienen un perrito al que cuidan con cariño. Un perrito que al oír abrir la puerta de la casa viene corriendo, le sale al encuentro, le saluda con alegría moviendo el rabo, mirándole agradecido, le acaricia, le acompaña. Ya no puede vivir sin estar pendiente del perrito porque el perrito le quiere a él y se lo demuestra. Un perrito u otro animalito que le responda mejor a sus carencias y vacios.

 

Otro sucedáneo para paliar la soledad, para muchos es el ordenador, su amigo inseparable, su confidente, su refugio, su compensación. Y no digamos del móvil de última generación. . .  

 

En esta sociedad invadida por los medios de comunicación social hasta en la familia hay demasiados silencios, demasiados desconocidos, demasiadas soledades.

 

Es necesario y urgente ir creando una cultura del dialogo y de un verdadero encuentro con el otro, pero sobretodo lo que estamos necesitando es un verdadero dialogo y un verdadero encuentro con Dios. Es el verdadero Padre que nos quiere con locura y nos cuida con cariño.

 

Jesús cuando volvió al Padre nos dijo: "Yo me quedo con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo  28). Él sale a nuestro encuentro y nos recuerda: "Yo soy el Camino" y no nos deja solos en el camino sino que nos acompaña siempre como a los de Emaus.

 

Si creyésemos de verdad nunca nos sentiríamos solos. También nos dijo Jesús la última noche de su vida: "Amos unos a otros como yo os he amado". Este es el remedio para la enfermedad del desamor y de la soledad

                     

Seguiremos reflexionando.   

Con el cariño de PUBLIO ESCUDERO


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