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La Anunciación. Iglesia de la Anunciación, de Sevilla

En la solemnidad de la Inmaculada, escuchábamos el Evangelio de la Anunciación; por ello, presentamos esta pintura que se encuentra en el ático del retablo mayor de la Iglesia de la Anunciación de Sevilla. Es obra del pintor antequerano Antonio Mohedano (1564-1626) quien lo realiza hacia el año 1605.

La escena se divide en dos niveles. En el bajo, que correspondería a la tierra, aparece la Virgen en un ambiente doméstico, la cual parece haber interrumpido su oración para escuchar las palabras del arcángel Gabriel. Según el estudio de los gestos de María en el momento de la Anunciación que hizo el franciscano del siglo XV Roberto Caracciolo da Lecce, la Virgen se encuentra entre la primera y la segunda fase de su respuesta al arcángel, es decir, entre la conturbatio (“María se turbó ante estas palabras”) alejando de sí su mano izquierda, y la cogitatio (“se preguntaba qué saludo era aquel”) con su mano derecha sobre el corazón. Ambas figuras presentan una composición similar a la del fresco de Pellegrino Tibaldi que se encuentra en el Monasterio del Escorial.

María, vestida con túnica color roja y manto azul, está arrodillada ante una especie de mueble que presenta un relieve monocromatico de Adán y Eva, que alude a la relación entre el momento del pecado original y el inicio de la redención que comienza con la Encarnación del Hijo de Dios; igualmente pone de manifiesto la relación antitética entre Eva y María.

No falta al lado de María la jarra de azucenas alusiva a su pureza ni el cesto de la costura, ya que según los apócrifos, la Virgen estaba cosiendo el velo del templo cuando apareció Gabriel.

En el nivel superior, encontramos el cielo abierto y Dios Padre que envía el Espíritu Santo, el cual fecunda a María, hecho que representado por medio de la luz que en diagonal recorre todo el cuadro hasta llegar a la Virgen. Todo ello tiene lugar bajo la mirada de un grupo de arcángeles en oración; sobre ellos, un coro de ángeles músicos y cantores hacen sonar diversos instrumentos.

En esta escena, la presencia de la música angélica subraya el momento transcendental en el cual María acepta ser la Madre del Hijo de Dios. Podemos imaginar el silencio del cielo antes del “sí” de la Virgen, después del cual, estalla la alegría que se traduce en esta música celestial. En el nivel inferior todo es silencio: el rostro de María, los labios cerrados de Gabriel, la oscuridad de la habitación…, pero en el cielo, todo es alegría y luz, todo es música.

La inclusión de ángeles músicos y cantores en la representación de la Anunciación se remonta al siglo XIII. Entre las fuentes más antiguas encontramos el Evangelio Armenio de la Infancia, del siglo VI, donde se cuenta que la Virgen, después de haber recibido el anuncio de Gabriel, vio un coro de ángeles que cantaban himnos de alabanza.

Antonio Rodríguez Babío

Delegado diocesano de Patrimonio Cultural


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