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IV Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:  Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.  Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.  Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.  Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.  Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.  En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

 Juan 3, 14-21

Comentario de Antonio José Guerra

2Cro 36,14-16.19-23; Sal 136; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21

Hoy la Liturgia invita a “Alegrarse” en el Señor. Camino hacia la pascua, hoy la Iglesia hace una etapa de reposo para profundizar en la alegría que nos viene: la generosidad desmedida de un Dios dispuesto a amarnos a toda costa. El segundo libro de las Crónicas es testigo de cómo el Señor conduce a su pueblo a la salvación: a la infidelidad creciente del pueblo, Dios responde con la delicadeza de la fidelidad, enviando los profetas; pero ante la insistente deslealtad, Dios les manda el crisol del sufrimiento del destierro. Esta circunstancia tocará el corazón del pueblo propiciando una vuelta a Dios para conocerle más en profundidad: el Señor es el dueño de la historia y el Rey del universo, ya que es capaz de mover el corazón de un rey pagano, mostrando así el amor incondicional por su pueblo Israel.

Realmente este relato es sólo prefiguración de una generosidad aún mayor: al rechazo por parte de Israel del Mesías enviado por Dios, Dios responde con la Resurrección. La carta a los Efesios aclara que este amor de predilección no sólo beneficia a los judíos, sino que está llamado a difundirse a todos los pueblos y naciones de la tierra: con Cristo resucitado se nos comunica una vida nueva que nos reconstruye desde dentro.

El evangelio recuerda también el amor de Dios hacia nosotros, que es capaz de entregarnos a su propio Hijo único. Este amor se nos invita a contemplarlo en la Cruz donde Jesús es elevado: de instrumento de castigo ha pasado a ser la manifestación del amor más grande. En el amor de Jesús por nosotros vamos aprendiendo cómo comportarnos para que nuestras obras sean conforme a Dios.

Para profundizar:

  1. El amor de Dios por nosotros se llama misericordia. La Biblia es testigo de la obstinación de Dios para mostrarnos su infinita ternura. ¿Cómo es mi amor hacia Dios? ¿En qué se lo demuestro?
  2. Jesús ha querido ser la serpiente elevada, símbolo del pecado y del castigo. Con la fuerza de su amor cambia totalmente el significado de la cruz.
  3. ¿Las obras que me acompañan son propias de los hijos de Dios?

 

 


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