IV Domingo de Adviento (ciclo B)
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo
En aquel tiempo, en el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
Lc 1, 26-38
Comentario bíblico de Pablo Díez
2 Sm 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88,2-3.4-5.27.29; Rom 16,25-27; Lc 1,26-38
La promesa de una dinastía perenne para David (2Sm 7,16) alcanza su ápice en el relato de la Anunciación. Con su saludo, una llamada profética al gozo escatológico, el ángel asimila a María con la hija de Sion (Sof 3,14; Jl 2,21; Zac 9,9). La gracia de la que ha sido colmada la habilita para la misión que Dios le confiere, gestar a su Unigénito, en tanto que la afirmación de que el Señor está con ella muestra a las claras su elección para esta tarea. Así, se anuncia a María y a los lectores del evangelio la relación renovada de Dios con la humanidad que va mucho más allá de la profecía de Natán. La vida del Mesías queda enmarcada y concretada por dos etapas esenciales, su nacimiento (v. 31) y su entronización (v. 32-33).
El rey esperado no solamente estará protegido por Dios, sino que es ya engendrado por él. Las expresiones “trono de David” y “casa de Jacob” que designaban una esperanza local, por la infinitud misma del Reino, habrán de extenderse al universo entero. El Hijo de Dios recibe la posesión soberana del tiempo y del espacio. El Espíritu opera la Encarnación superando lo imposible a nivel humano, precisamente sirviéndose de la finitud y la insignificancia humana. Pero, pese a su pequeñez, María no es débil, su profunda fe y docilidad a la voluntad divina la convierten en el instrumento apropiado para que el umbral del plan redentor se franquee de un solo paso.
Orar con la palabra
- La encarnación clave de bóveda de la alianza eterna.
- María hija de Sion, la madre del rey.
- La sierva del Señor que posibilita lo imposible para los hombres.